domingo, 30 de agosto de 2009

Las mil y una tribulaciones de la señorita D por culpa del indeseable Michael, el impertinente Nicolás y el soporífero Turrero.


Escrito por:


- Michael Towers
- Nicholai Chapman
- Michael Yourrero

Fecha de creación: Meses de Abril y Mayo de 2009 (creo), en días de letárgico estado físico y catatónico estado cerebral.


"Las mil y una tribulaciones de la señorita D por culpa del indeseable Michael, el impertinente Nicolás y el soporífero Turrero"


Era de noche, y Nicolás se dirigió a su cama con la intención de dormir...

...Cuando el Miguel Azul (o Torres, que también se llamaba así) empezó a tironearle de la manga, inquiriendo una vez más, e insistentemente, por la Señorita D:

"¡Vive Dios, que no has de dormir hasta que me la presentes!" -dijo el joven galán-

"¡Vive Dios... que te pires, hombre!" -replicó al punto Nicolás-

cabizbajo, Miguel Azul abandonó la habitación de Nicolás y se fue a su domicilio. Durante varias horas intentó dormir, pero era tal el amor que profesaba hacia la señorita D que sus ansias por conocerla no le permitían conciliar el sueño. Desesperado, se levantó de su cama y salió a la calle.

Se acercó al primer quiosco que encontró y compró el periódico, como todas las mañanas. Se sentó en un banco, recibiendo en plena cara el agradable sol madrugador y se sumergió en sus reflexiones: "¿Por qué se empeñarán mi tocayo y el Nicolás en afirmar que mis sentimientos hacia la señorita D son de amor puro? Si no la conozco de nada... simplemente me he limitado a señalar un dato enteramente objetivo: que tiene una sonrisa asoballadoramente arrebatadora."

En éstas estaba cuando de repente notó que alguien se paraba frente a él...

...Era un académico de la lengua, que comenzó a farfullar incoherencias. Al cabo de diez confusos minutos, el pobre Miguel Azul no sabía si quería cobrarle o pagarle por haber creado un nuevo adverbio. Así que se fue, asoballadoramente desorientado. No se dio cuenta, pero justo en el banco de al lado se encontraba sentada la señorita D, leyendo "El maestro y Margarita", y riéndose a mandíbula batiente de las ocurrencias del gato Popota...

Antes de centrar su atención en ella, pensó para sí: "Madre mía... este Turrero es un capullo de campeonato... si a estas alturas de la película tengo que explicarle que los genios tenemos libertad para crear los palabros que nos salgan de los... pensamientos... mal andamos".

Hecha esta crítica y profunda reflexión, Michael se giró hacia la muchacha, cuyas dulces risotadas eran música que sonaba deliciosamente en sus oídos:

- Disculpe, señorita D...

la señorita D, que estaba concentrada en su libro, levantó la mirada, sonriente.

- como va eso? - le dijo Michael, intentando aprovechar el momento, ya que el estado de ánimo de la señorita D parecía propicio para hacerse el gracioso.

- "Pues aquí estamos, ya ve usted" - dijo D. - "Trataba de olvidar, a través de la relectura de este simpático clásico ruso, la diversión que a mi costa tratan de disfrutar unos impresentables en cierto sitio de Internet. Sólo conozco a uno de ellos, que me cae incluso bien, pero al parecer frecuenta extrañas y poco sanas compañías, que son quienes me crean estos dolores de cabeza... A propósito, ¿cómo sabe usted mi nombre? ¿No será un pervertido de esos que abundan por estos lares?" -

- No, mujer... como puede usted pensar eso... de pervertido nada... simplemente me dedico a estrangular jovencitas.

Viendo que su estilo de humor no era el adecuado para cortejar a una dama, y que el rostro ahora contraído de la Señorita D en una muestra de desagrado así lo corroboraba, decidió cambiar de tema rápidamente:

- Esto... ejem... parece que se está nublando - hizo saber señalando hacia el cielo....

- Sí, eso parece - respondió ella distraídamente, volviendo a enfrascarse en la lectura del libro, lo que provocó que en su cara se dibujase una tímida sonrisa. Era tal la belleza de aquella sonrisa, la dulzura que de ella se desprendía, la profunda y sincera admiración que despertaba en el corazón de Michael, que por primera vez en mucho tiempo, éste notó como le resbalaba quejosamente una lágrima por la mejilla. Se la enjuagó con presteza... antes de que su imagen de duro quedase en entredicho.

En ese mismo instante, apareció Nicolás...

el apuesto joven se acercó hasta sus dos amigos.

- por fin os conocéis? ya era hora... el michael es más pesao, to el día que si dile a la señorita D esto, dile aquello,... - confesó Nicolás.

- ehhhm... yo? eeeehhhmmm... sí, bueno... - dijo Michael entre dientes...

Para entonces la señorita D ya sonreía con los mofletes rojillos cual emoticono del messenger. Michael le había parecido un poco rarillo, pero unos halagos nunca están de más.

Entonces empezó a llover. Nicky se ofreció a cobijar a sus amigos bajo su carismática pelambrera, pero ellos rehusaron, de forma que tuvieron que buscar refugio bajo un árbol cercano. Y en tan poco espacio, más cercanos aún quedaron ellos, claro. Entonces Michael, viéndose al fin tan cerca de la sonrisa de sus desvelos...

... decidió atacar con todo su arsenal:

- Se... se... señorita D, que.. quería saber si us.. si a usted le apetec...

No le dió tiempo a terminar la frase. Nicolás les interrumpió riendo escandalosamente:

- ¡Ja, ja! ¿Habeis visto aquel perro? ¡Mirad, mirad! ¡Está cruzando el paso de cebra como si de una persona se tratara! ¡Ja, ja! ¡Qué simpático el cabrón!.

La señorita D sonrió viendo la situación, aunque no le resultaba especialmente llamativa. Michael también sonrió... pero porque estaba imaginando que estrangulaba a Nicolás con sus propias manos... y Nicolás sonreía, porque... porque... bueno, porque el muchacho sonríe siempre.

Así pues, todos sonreían en aquel momento, ajenos al peligro que les acechaba...

pero el que más sonreía era Michael. Le habían dado la tarde libre en el curro y se había ido a la Fnac.

- oye, por qué no os venis a mi humilde morada? Acabo de ir a la Fnac y me he comprado el último pack de pelis de Bergman, edición de coleccionista - sugirió Michael.

- esto... yo es que iba con prisa... - dijo Nicolás...

- prisa? - se preguntó Michael, desconfiado. - Qué tienes que hacer?

- na, darle de comer al pez, que es muy suyo y si no tiene la cena a las siete se cabrea...

- desde cuándo tienes un pez? como se llama?

- wanda - contestó nicky tirando de repertorio cinematográfico.

- a mí sí me apetece una peli - dijo la señorita D - ¡Vente Nicky!

- mecagüen! - susurró entre dientes Nicolás. No sabe lo que está haciendo, pensó.

Así pues los tres miembros de esta historia se fueron en dirección a casa de Michael...

...Pero a mitad de camino saltó ante ellos, cansado de esperar su momento, el famoso peligro que les acechaba: ¡un croissant mutante! El temible (y afrancesado) producto de bollería parecía enfadado y recién hecho. Y tenía dientes. Muchos, muchos dientes. Eso puso a los dos amigos (y a Miguel Azul) en una delicada e inhabitual situación: Esta vez, era el desayuno quien podía morderles a ellos...

Michael y la señorita D estaban parados en la acera, contemplando atónitos a Nicolás haciendo todo tipo de aspavientos.

-¡Vete! ¡Maldito producto de repostería! ¡¿Es que no me oyes?! ¡He dicho que nos dejes en paz!.

Michael se acercó con recelo a Nicolás:...

- Esto... Nicky... ¿Qué haces?
- Intento persuadir a ese croissant mutante para que no nos ataque. Mira, mira... ese que está ahí mismo...

Michael observó preocupado la farola que le señalaba Nicolás.

- mmm... ajá... muy bien, pues sigue, sigue, a ver si lo ahuyentas - dijo Michael, sacando el teléfono móvil de su bolsillo y marcando el número del manicomio.

Minutos después, con Nicolás marchándose en compañía de unos simpáticos señores de bata blanca, Michael y la señorita D quedaron solos nuevamente.

- Y bien... ¿Qué le apetece a usted hacer, querida damisela?
- ¿Aún sigue en pie el plan Bergmaniano?

A Nicolás le había salido el plan redondo, se había librado del ciclo de Bergman y Michael no había sospechado nada. La pobre señorita D, sin embargo, no había corrido tanta suerte. Aunque ella todavía no lo sabía, instantes después de que Michael introdujese el dvd de Persona en el reproductor de dvd, ella se echaría una larga siesta.

Así pues, sin Nicolases ni croissants mutantes de por medio (lástima), la señorita D y Michael se dirigieron hacia la casa del último para ¿disfrutar? de Bergman.

Ya en el rellano, se escuchó una voz desde dentro de la casa...

- Michael!!!!!!!!!!!!! - gritó la voz.

- Sí mamá? - contestó Michael - traigo compañía...

- Es judía???!!

- Eres judía? - preguntó Michael a la señorita D.

- No... - contestó ella atónita.

- Sí lo es madre!! - dijo Michael mintiendo sin tapujos a su madre.

Justo en ese momento sonó el móvil de la señorita D...

...En el que afortunadamente llevaba como sintonía a Matisyahu ( http://www.youtube.com/watch?v=vJ5FvaASrs0 ). Mientras la señorita D atendía a un pesadísimo comercial de una compañía telefónica, la madre de Michael, convencida al fin -gracias al desenfadado ragga hasídico del caballero de Pensilvania- de que el alma inmortal de la nueva amiga de su hijo reposaba tranquilamente en los brazos de Yahvé, dejó escapar un suspiro de alivio.

- Menos mal, hijo, que te juntas con gente, y no con gentiles. ¿Has vuelto a salir sin la kippah?

- Sí, mamá... Es que, verás...

- No me valen excusas, jovencito. Anda para casa, anda.

Antes de que se pudiera dar cuenta de ello, la pobre señorita D estaba en el salón de Michael, tomando té con pastas (todo muy kosher) y departiendo (sin ser una experta, todo hay que decirlo, pero dignamente) sobre temas de actualidad en el mundo judío.

Lo que nadie se esperaba era que el tío de Michael...

... saludara cariñosamente a la señorita D, que al parecer la conocía de las clases de baile de salón a la que acudían todos los miércoles por la noche.

- ¿Qué haces tú por aquí, hija mía?...
- Nada... que conocí a este pes... digo... a este chico tan simpático en el parque y me ha invitado a venir. En cuanto acabemos el té, que por cierto está delicioso - apuntilló dedicándole una amable sonrisa a la madre de Michael - subiremos arriba a ver una película, y luego, por la noche, teníamos pensado ir a mover un poco el esqueleto al ritmo de unas sevillanas. ¿Qué le parece?
- Bien, bien, hija... me alegra ver que todavía hay jóvenes hoy en día que piensan en que una película y un baile son diversión suficiente, sin tener que ir de botellón. Recuerdo que en mis tiempos...

- Bueno... tío, nosotros tenemos que subir ya - le interrumpió Michael - que la película dura tres horas y media y como no la empecemos a ver ya llegaremos tarde al baile. Hala... cuide usted esa próstata.
- ¿Qué... qué has dicho? - preguntó temerosa D.
- Que cuide la próstata, que le dijo el méd...
- No, no, lo otro... ¿Tres horas y media?
- Claro, mujer... sabes que los planos-secuencia de Bergman no se caracterizan precisamente por su corta duración...
- Ya, ya... claro... pero... estaba pensando que... se me había olvidado decirte que ahora tengo que marcharme... que tengo clases de suomi, y empiezan dentro de... - miró desesperadamente el reloj - ... nada, dentro de nada. Marcho ya, que si no llego tarde. Adiós.

La señorita D bajó apresuradamente las escaleras, dejando a Michael plantado en el rellano, con el corazón hecho añicos y sus únicas esperanzas de conquistarla puestas en el baile de aquella noche. Se giró cabizbajo y entró en su cuarto.

Pocos instantes después de entrar en su cuarto, Michael escuchó un fuerte frenazo que provenía de la calle. Se asomó rápidamente a la ventana. En medio de la calle había un coche cruzado y la señorita D tendida en el suelo. Michael no daba crédito a lo que veía y se apresuró en bajar a la calle.

Cuando llegó se encontró a la señorita D completamente pálida. No estaba muy claro si era por el susto del coche o por la duración de la película de Bergman. En cualquier caso Michael se interesó inmediatamente por su estado. Sólo sufría unos leves rasguños en la pierna. La señorita D había salido tan apresuradamente de la casa, que en sus deseos por escapar de ahí ni siquiera se percató de que un coche cruzaba la calle. Entonces Michael...

...Se ofreció, de forma muy normal y muy poco mierdeadora, a acompañarla al hospital. No sin antes dar una muerte horrible al conductor del coche, claro. Una vez en el hospital, les informaron de que la oferta del día era una colonoscopia por cada consulta de urgencias, de que NO era negociable, y de que debían hacerse ambas el mismo día. Dado que la señorita D, responsable y cumplidora como pocas, ya estaba más que al tanto de sus vaivenes intestinales, ya que llevaba perfectamente al día todas sus revisiones, fue a Michael a quien le cayó en fortuna ser colonoscopizado. Así pues, en apenas unos minutos nuestro valiente protagonista se vio sin pantalones, apoyado sobre una camilla y con el culo en pompa...

... el médico se aproximó a el por detrás (obviamente) analizando exhaustivamente la situación, acariciándose la barbilla con una mano.

- Bien, vamos a proceder a... - Bip, bip... bip, bip. El busca que llevaba colgado de la cintura le interrumpió. Lo observó con el rostro contrariado - Oh, no... ha ocurrido una desgracia. Lo siento mucho, pero tengo que irme. Es urgente. Tendremos que dejar esto para otro día.
- No pasa nada. Lo comprendo - dijo Michael subiéndose los pantalones - El deber es lo primero.

Michael fue hasta la sala de espera, donde lo estaba esperando la Señorita D (qué iba a hacer si no en una sala de espera...)

- ¿Ya has terminado? Qué rápido - argumentó ella, sorprendida.
- Sí. Se ve que el doctor este tiene dominado el tema de... bueno... ya sabes. Hala... ya no tengo que preocuparme más por el asunto en los próximos cinco años como mínimo.
- Y bien... ¿Qué hacemos ahora? Aún faltan un par de horas para el baile de esta noche.

- mmm... no sé... ¿Te apetece que visitemos a un amigo mío? Se llama como yo y se apellida casi igual. Un caso realmente curioso.
- Vale... ¿Por qué no?

Caminaron a buen ritmo, adentrándose por las callejuelas de la ciudad, mientras charlaban animadamente, de esto, de aquello... y de todo un poco.

- Bueno, aquí es - Dijo Michael señalando una casa de planta baja con un pequeño jardincito en la parte delantera - Espérame un momento, que voy a comprobar si está en casa.

Michael abrió la puerta. Turrero siempre la dejaba abierta, por no sé qué razón de la libertad del ser humano y la consonancia con el universo... o una chorizada por el estilo.

- ¿Turrero? - preguntó entrando en el salón. Ver para creer... su culto y refinado amigo, compañero del club de lectura al que pertenecían ambos, estaba encima de la mesa, completamente desnudo, excepto por unos simpáticos calzoncillos de la rana Gustavo, que cubrían sus vergüenzas. La radio, a todo volumen...

... reproducía el maravilloso tema de Camela "Sueño contigo", mientras Turrero, en un alarde de flexibilidad y exibicionismo barato, jugueteaba con un plátano haciéndolo pasear por todo su cuerpo, e introduciéndolo a veces en la boca, un poquito, al tiempo que dejaba escapar un suspiro de satisfacción.

Michael huyó despavorido, horrorizado. Aquella imágen no se le borraría tan fácilmente de la cabeza. De hecho, aunque él no lo sabía, a partir de aquel día le costaría conciliar el sueño por las noches, y cuando lo hiciese, sería a cuenta de tener unas horribles pesadillas.

- ¿Qué ocurre, Michael? ¿A qué viene esa cara?...
- Nada, nada - contestó intentando serenarse - ¿Vamos yendo ya para el baile? Y si llegamos antes de tiempo, pues practicamos un poco...
- Vale - contestó animada la señorita D, viendo que por fin iban a hacer algo que a ella le gustaba, que ya era hora. Cogió a Michael del brazo y marcharon los dos rumbo a una noche inolvidable...

Mientras, Nicolás andaba aburrido por casa, puesto que ni Turrero ni Michael andaban por el hattrick, así que decidió hacer unas llamadas.

- Turrero, ande andas?

- En casa...

- Y qué haces que no estás conectao?

- Na, unas cosillas que tenía pendientes. Nada importante.

- Eso qué suena es Camela?

- Ehhmmm... sí, es que ha venido a mi abuela a visitarme y la pobre chochea ya...

- Ahm ok. Bueno mira, que he pensao que podríamos ir a ver como le va a Michael con la señorita D. Ya casi debe haber acabado la peli de Bergman. Le puedo enviar un sms a la señorita D pa ver que hacen, así la despierto, y nos acercamos a tocarle un poco las pelotas al Michael, hace?

- Perfecto, me encantan las pastas de su madre.

Así pues, Nicolás le envió un sms a la señorita D...

"Rcog vlas, llga tmpstad.prnt cntg xa auxilio, pciencia anim.spro no tn malo cm parec.guardad pastas." Nicky siempre había sido un poco críptico con sus mensajes de texto...

Al poco tiempo, Mr. Chapman y Turrero (decentemente vestido y convenientemente duchado tras sus actividades de Ocio Creativo, como es costumbre en él) se encontraron bajo la ventana de Michael, con guitarras desproporcionadamente grandes y kippahs de mariachis (que sí, existen. De verdad.); interpretaron, según costumbre, una serie de clásicos judío-mexicanos que les franquearon el paso como una contraseña, con una encantada sonrisa de la madre de Michael para aderezar tamaño triunfo. Una vez dentro, subieron sin avisar a la habitación de Michael, donde lo encontraron completamente desnudo, ante la atónita (y algo aterrorizada) mirada de la señorita D.

- ¿¿Pero qué pasa aquí?? - Gritaron ambos...
- Ah, hola. - dijo Michael - Veréis...

... Veréis... ¿Podríais cerrar la puerta? Que hace corriente y me estais enfriando la habitación.
- ¿Qué haces desnudo? ¿Hemos interrumpido algo? - preguntó Nicolás con los ojos como platos.
- Ja, ja... ¿Cómo que desnudo? - Michael se puso de pie, mostrándoles el fantástico disfraz de cuerpo humano que llevaba puesto - Me lo compré por 20 euros en el carrefour... ¿Está bien, eh?

- ¿Y por qué lo llevas encima? - continuó Nicolás, sin rendirse a la evidencia, mientras Turrero no participaba en la conversación, sabedor de que había quedado en evidencia gritando como un loco por una tontería como aquella.
- Ah... es que de camino al baile, nos enteramos que además había una fiesta de disfraces, así que paramos un momentito y los compramos. Mira el de ella que chulo, es de tigresa... y por cierto... ¿A qué viene este interrogatorio y esas caras de susto?
- Nada, nada - dijo Turrero saliendo de su letargo - creo que hemos visto fantasmas donde no los había - masculló entre dientes.
- Y bien... ¿A qué veníais?
- Esto... solo para ver qué tal estabas, y esas cosas...

- Ah... pues si no os importa, no quiero ser grosero, pero estoy en mi primera cita con una dama maravillosa, así que si no os importa... - señaló hacia la puerta.
- Sí, sí... perdona Michael. Perdónanos por ser tan tontacos - se excusó Nicolás, cabizbajo.

Con Turrero y Nicolás fuera de escena, Michael le dijo a la señorita D:

- Bueno, qué te apetecería bailar?

- Pues...

- Si me permites una sugerencia - interrumpió Michael- yo optaría por el tango. Hay quien duda de mi sangre judía en este barrio, no en vano me llaman el Gardel de Cangas...

- Bueno... - contestó un tanto insegura la señorita D, pensando que en realidad lo que Michael quería era arrimarse descaradamente, pero peor hubiese sido la lambada, pensó.

Turrero y Nicolás lo habían escuchado todo tras la puerta y sabían perfectamente cuál era el lugar favorito de Michael para ir a bailar tango. Se trataba de un club de tango de ambiente. Decía Michael que en estos sitios ponían más pasión en el baile y siempre iba por ahí a buscar pareja de baile, y quien sabe si algo más, cualquier noche.

Turrero y Nicolás se apresuraron a salir de la casa y...

...Salieron.

Mientras tanto Michael, gracias a sus escasas pero efectivas destrezas como bailarín, había cumplido su objetivo de conquistar a la señorita D, y disfrutaba al fin de sus ¡¡tres!! minutos de breve pero intenso amor.

Y la historia, que parecía mucho menos divertida al no ser convenientemente torpedeada y haber visto uno de sus temas principales concluído de forma (casi) satisfactoria, dio un inesperado giro cuando Nicky, una vez fuera de la casa, se giró para hablar con su compañero de fatigas... El horror le sobrecogió: ¡¡¡Turrero se estaba transformando en un flan de vainilla!!! En una escena digna del Lovecraft más descriptivo, la realidad comenzaba a arrugarse por las esquinas...

- ¡¡Corre, Nicky!! ¡Para mí ya es tarde, pero tú aún puedes salvarte!

- ¿Pero qué te está pasando? ¿Por qué te conviertes en un postre?

- Ah, es largo de explicar, pero trataré de hacerlo antes de quedar deliciosamente cubierto de caramelo...


... todo comenzó en un laboratorio finlandés. Estábamos haciendo experimentos sobre biogenética transmolecular quarkesiana cuando sucedió que... ¡Oh, Dios, Nicolás! ¿Qué te ocurre?...

- ¿Qué? ¿Qué? - Preguntó aterrado, mirándose nerviosamente los brazos y el torso, que para su asombro... seguían exactamente igual que siempre.

- Ja, ja... nada, hombre... solo me reía un poco de ti. Que seré un flan, pero el sentido del humor no lo he perdido. Como te decía, en uno de esos experimentos ocurrió que... - plof... plof... el duro sol madrugador ajusticiaba a Turrero sin perdón, derritiéndolo y haciéndole besar el asfalto. En un último esfuerzo... acertó a decir:

- me encanta el olor a flan derretido por la mañana.

qué cachondo el turrero, incluso instantes antes de su muerte era capaz de bromear. Nicolás, que no era muy amigo de los flanes, pensaba por aquel entonces que ya podría haberse convertido en un häagen dazs sabor belgium chocolate...

Nuestro más carismático personaje se encontraba pues solo, sin nadie que le acompañase en esta trepidante historia. Decidió entonces poner todos sus esfuerzos en resucitar a Turrero. Cuál sería el mejor método? Alquimia? Danza de la resurección? Invocar a Odín y suplicarle clemencia?...

Mientras Nicolás profundizaba en su estudio, la señorita D...

...se preguntaba por qué se había dejado seducir por Michael. Decidió que sería mejor ocultar este hecho, así que aprovechó el obnubilado estado post-coitum de nuestro desdichado antihéroe para devorarlo religiosamente, como una Mantis.

Michael, que siempre había tenido un punto para las perversiones, se encontró sumido en una de ellas. Era un fanático del "vore", así que verse engullido por su amante era algo muy parecido al cielo para él. Apenas pasado el cardias (ergo llegado al estómago), su primer impulso fue dedicarse al onanismo furibundo. Pero, viendo que la cosa no era tan erótica como se había esperado (el bajo pH y la presencia de otras comidas -acaso antiguos amantes- a medio digerir no le resultaban, sorprendentemente, demasiado estimulantes), y que se empezaba a aburrir y disolver allí dentro, decidió idear un plan, cual moderno Jonás o cual Pinocho del siglo XXI, para salir del vientre de la hermosa señorita D...

... unas dos horas más tarde, ante la sorpresa de la señorita D y la suya propia, Michael se hallaba nuevamente sentado en la cama, confirmando y estudiando detenidamente que cada una de las partes de su atlético y hermoso cuerpo estaban en perfectas condiciones. No podía creerse que el plan hubiese funcionado, y menos aún de una manera tan eficiente. Esbozó una inquietante sonrisa al tiempo que se incorporó de un salto, saliendo precipitadamente de la habitación. Volvió al cabo de un rato... se sentó en ell borde de la cama y quedó con la mirada perdida en el vacío...

- Michael...
- Shh... escucha... ya se oyen los camiones por la autopista...

claramente tanto jugo gástrico había dejao al pobre Michael un poco tocao del ala. Escuchaba camiones por la autopista estando la autopista más cercana a más de 50 km.

- De qué hablas? - preguntó inquieta la señorita D.

- No los oyes? Se escuchan claramente. Mira, la vecina llega a casa...

- Cómo lo sabes? - preguntó de nuevo asombrada la señorita D.

- Se escucha la llave al abrir la puerta, acaso no lo oyes?

La señorita D se asomó a la venta. Efectivamente, la vecina acababa de entrar en casa. Se quedó mirando a Michael, estupefacta.

- Michael, tienes poderes!! - exclamó la señorita D.

- Ya sé que soy una máquina sexual, pero eso no son poderes, es el fruto de muchas horas de estudio y un profundo dominio del tantra.

- Sí claro... - murmulló entre dientes la señorita D. -Que no! Eres capaz de escuchar sonidos a gran distancia!

Entonces Michael...

..., que sabía que los camiones ya se iban acercando, kilómetro a kilómetro, decidió hacer lo posible para entretener a la señorita D mientras llegaban con su carga.

Lo probó casi todo: su famosa imitación del Dodo de Mauricio, hacer repostería casera, venderle a su tío-abuelo Esaú, rogarle que se fijase en CADA detalle del profuso tapizado de los muebles de su habitación (decorados con escenas extraídas del Ramanaya y otros textos sagrados hindúes), ofrecerle una nueva sesión de amoríos (rechazada pese a su irresistible manera de ofrecerlo: "¿Qué tal un poco de foqui-foqui ahora, eh? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh? ...¿Por favor?"), e incluso más cosas. Pero al cabo de diez minutos se había quedado sin recursos. Los camiones aún no habían llegado, claro. Así que no le quedaba más que recurrir a su último recurso:

- ¿Podrías esperar un ratito aquí sentada, por favor?...

...Y pudo. Entonces llegaron los camiones.

Michael estaba nervioso. Bajó apresuradamente las escaleras, con el corazón latiéndole a mil por hora. La señorita D había quedado arriba, en la habitación, con expresión triste y desencantada, viendo la imagen de su rostro en la ventana, observando el reflejo de lo que era su vida: una alocada sucesión de acontecimientos a cada cual más esperpéntico, y que auguraban desembocar en un final nada halagüeño. Añoraba las tardes de verano de su infancia, en las que iba a pasear con sus padres por los inmensos prados andaluces, cuyo esplendor siempre le había encogido el corazón. Recordaba con cariño cuánto le gustaba, en aquellas dulces caminatas, descolgar el brazo y dejar que su mano fuera acariciando las flores que bordeaban su recorrido, y que parecían pedir a gritos recibir ese amor que les era entregado en forma de adorable tacto femenino.

En estas estaba cuando un estrepitoso ruido la hizo volver a la realidad...

- !!!!!!Bieeeeeeeeeeeeeen!!!!!! - exclamaba eufórico Michael.

La señorita D bajó corriendo a ver lo que sucedía. Michael no cabía en si de gozo puesto que el camión de los helados por fin traía pistacho, su sabor favorito.

- Qué bien, helado! Me das un poco?...

- Cómprate uno, no te jode... - contestó Michael.

Cuando se trataba de helados de pistacho Michael se cegaba. You don't mess with a pistacho ice cream. La señorita D quedó perpleja ante tanta racanería y no tuvo más remedio que acercarse al señor de los helados a comprarse uno.

- Señor heladero, quería un helado de chocolate...

Entonces el señor de los helados se giró, revelando su rostro ante la señorita D. Ella no daba crédito.

...¡¡El heladero era el propio Michael!!

En un simpar ejercicio de doble personalidad, nuestro simpático (y algo psicótico) amigo entraba y salía del camión de los helados, poniéndose a toda prisa el delantal y el gorro que le cualificaban como despachador de gélidas delicias (en la rápida operación, todo hay que decirlo, tales accesorios solían ser colocados al revés por efecto de las prisas... Lo cual no le daba un aspecto demasiado digno, al pobrecito). La señorita H se preguntaba qué habría pasado con el auténtico heladero (ya que alguien había tenido que conducir el camión hasta allí), pero sus dudas fueron prontamente resueltas al acercarse un poco más al mostrador; de uno de los congeladores asomaba una mano en una postura franca y sospechosamente parecida a lo que se esperaría de un buen rigor mortis...

- Mi... Michael...
- ¿ Siii... mi querida damisela? - dijo éste desde el otro lado del mostrador, con un tono de voz y un brillo en los ojos propios de una persona que debe ser temida si te la cruzas por una calle solitaria en una noche de tormenta.
- Quería decirte que...
- ¿Un heladito de hígado de buey? - Sugirió Michael agarrando con firmeza la cuchara y llenando el cucurucho hasta una altura no recomendada si se quisiese dar más de dos pasos con semejante torre de Pisa.
- ¿De hígado de buey? ¡No me jodas, Michael, no le sirvas semejante mierda a la señorita! - respondió el propio Michael, ahora desde el otro lado del mostrador.
- ¡Cállate, merluzo... tú que sabrás de mujeres! A las feminas les mola el hígado, tarado. Hígado de buey rules...
- ¿Tarado yo? ¡Me cago en...!

Ante la atenta y preocupante mirada de la señorita D (mal llamada señorita H por algunos indeseables) Michael se ensarzó en una pelea terrible consigo mismo.

De pronto apareció Nicolás, subido a la espalda de un señor de rasgos orientales...

La imagen de Edward Norton en el club de la lucha se queda corta para reflejar la dureza de la escena presenciada por la señorita D. Michael se golpeaba a si mismo despiadadamente al grito de:

- ¡¡Puto cabronazo, vas a quedar peor que John Merrick!!

La señorita D no reaccionaba, no sabía qué hacer. Michael repartía a diestro y siniestro cuando un hombre con palillos chinos apareció, bloqueando a Michael mediante tan noble arte. Michael estaba furioso, colérico, momento que Nicolás aprovechó para recordarle que Bergman era un mojón. No era el mejor momento, cierto, pero esos momentos son los mejores para tocar las pelotas.

- Quién eres?! - preguntó la señorita D asombrada.

- Es... Turrero - contestó Nicolás - no pude devolverle a su cuerpo original y he tenido que trasladar su alma al cuerpo del señor Miyagi.

Michael, tras maldecir groseramente y echar diversos espumarajos por la boca, fue finalmente aplacado por la inquebrantable presión de los palillos de Miyagi/Turrero, que porcedió sobre la marcha a diagnosticarle una furibunda esquizofrenia; con un poco de medicación casera consiguió revertir los síntomas y ya de paso a Michael hasta los siete años (un curioso efecto secundario, desde luego). ¿Magia? No, sabiduría milenaria.

La señorita D, bastante contenta por encontrarse de nuevo en una situación que recordaba vagamente a la normalidad, se giró hacia Nicolás para agradecerle que hubiera traído a aquel señor oriental tan simpático (Miyagi/Turrero estaba ahora tratando de convencer a Samuel, el primo de Michael, de las enormes ventajas de la homeopatía al practicarse sobre artrópodos), y ya de paso hacerle una insólita confesión...

- Verás... tengo algo importante que decirte...

Nicolás observó la contrariedad reflejada en el rostro de la señorita D, y advirtió la seriedad de lo que iba a decirle, así que dejó de señalar con el dedo a Michael al tiempo que reía a carcajadas y centró su atención en ella, expectante a lo que tenía que contarle.

- Nicolás... mi querido Nicolás... es necesario que sepas de una vez por todas lo que siento realmente por ti. Te amo. Siempre te he querido y siempre te querré. Si no te lo he dicho antes es porque temía una negativa de tu parte, pero llegados a este punto del camino de mi vida, en el que, por lo que veo, cualquier inesperado acontecimiento puede transformarme en un flan, o hacerme cambiar de personalidad, o convertirme en mi misma de pequeña... no puedo guardármelo por más tiempo. Me vuelves loca. Adoro tu simpatía, tu graciosa pelambrera, tu dulzura a la hora de tratar a las mujeres en general, y a mi en particular, tu... tu...

No se aguantó más. Se abalanzó sobre Nicolás y le plantó un señor beso en toda la boca, ante la sorpresa de éste, que recibió el cálido regalo con los ojos abiertos como platos, dando lugar a una estampa cuanto menos pintoresca.

Michael, desde su nueva altura de metro y medio observaba la escena incrédulo, y con el corazón pidiéndole permiso para hacerse añicos.

durante un extenso plano secuencia sobre la cara de Michael se llegaban a distinguir las lágrimas brotando de sus ojos, aunque éstas se confundían entre la abundante sangre que bañaba su rostro. Michael se encontraba en un estado que separaba el bien del mal, en el que cualquier palabra, movimiento o gato pasando podía inclinar la balanza hacia cualquier lado. Entonces fue cuando Miyagi/Turrero dijo:

- joder colega, vaya chasco te has llevao eh? qué pringao!

La cólera de Michael entonces alcanzó cotas sólo alcanzables por City cuando se habla de Thalia. Su rostro bañado en sangre le daba un aspecto inquietante y todo él desprendía un aura maligna. Su furia era tal que no dudó en abalanzarse sobre Nicolás, sin importarle que a su edad de 7 años se iba a llevar dos hostias. La señorita D reculó y entonces...

...tropezó y cayó sobre la acera, ocurriéndole al fin algo malo (aparte del affaire sexual con Michael Y el beso con Nicky, claro): al impactar con el duro suelo, la señorita D se partió con un ruido sólo esperable de un gigantesco huevo. De su interior salieron cuatro chimpancés ("¡estaba hecha de chimpancés!" - H. S.), que al separarse perdieron la sinérgica capacidad de razonar, hablar y comportarse como una encantadora señorita del sur de España. Así que empezaron a hacer lo habitual en estos casos: gritar, saltar y lanzar sus heces. No tan encantador como a Michael (a partir de ahora "el follamonos") le habría gustado creer, o a Nicky (a partir de ahora "el besamonos") le había parecido hasta el momento. De hecho, ambos se quedaron paralizados de la impresión. Definitivamente, un mundo en el que ocurrían este tipo de cosas era un mundo cruel y carente de sentido. Miyagi/Turrero, mientras tanto, sufría un ataque al corazón (provocado por una descarga eléctrica que Isaac, uno de los simpáticos hermanos menores de Michael, le había provocado con el táser de su padre). Parecía que ya nada podía ir peor, cuando...

... cuando de repente escucharon un silbante sonido por encima de sus cabezas. Alzaron la vista y se toparon con la majestuosa imagen de un ovni parado sobre ellos. Un destello de luz, una pérdida momentánea de la consciencia, y antes de que se dieran cuenta estaban dentro de la nave, atravesando la galaxia a una velocidad mil veces superior a la de la luz (que sí, que sí). En el viaje hacia la Gran nube de Magallanes, la nave se adentró en el agujero negro que preside, desde el centro de la vía lactea, nuestra galaxia. Justo en el momento en el que la nave se adentró en lo desconocido, nuestros atormentados protagonistas, de manera totalmente inexplicable, recobraron todos su forma original. Turrero volvió a ser el de antes de convertirse en un flan. La señorita D volvió a ser la encantadora muchacha de la sonrisa arrebatadora. Michael volvió a ser el galán conquistador, y Nicolás... bueno, Nicolás seguía igual, que no había sufrido ninguna transformación en los últimos días (lo cual era de extrañar en este desconcertante universo). Antes de que se dieran cuenta, y segundos después de adentrarse en el agujero negro, se hallaban en punto muerto, suspendidos en la nada. Michael fijó la vista en uno de los ordenadores, que señalaba que se hallaban ante la famosa 1987-A. Acercándose a uno de los visores, pudo contemplar el exterior de la nave, y maravillarse ante el espectáculo visual que tenía a su alrededor. ¡Existía! allí estaba... la estrella de neutrones, fruto de la supernova original, se mostraba bella e imponente a ojos de nuestro incrédulo protagonista, sabedor de que era quizás el primer ser humano que la contemplaba. Michael empezó a teclear y aporrear los ordenadores de a bordo, mientras sus amigos le observaban a distancia. Estableció los parámetros necesarios para iniciar los cálculos, la pantalla de uno de los ordenadores centrales comenzó a transmitir la información. Bip, bip, bip... regular, cadencioso... efectivamente... todavía se podían recoger los restos de lo que un día debió ser un púlsar causado por la supernova. Pero... si ese púlsar ya no existía... ¿En que maldita fecha se hallaban? Tenían que haber pasado miles de millones de años... ¿Pero cómo? ¿El agujero negro? ¿El hecho de viajar más rápido que la velocidad de la luz? Michael estaba desbordado por los datos con los que era bombardeado su raciocinio. Su cara de angustia preocupó aún más a sus compañeros de tan truculento viaje, que no sabían ni dónde estaban ni qué estaba pasando.

- Michael... ¿Qué ocurre? - preguntó Nicolás con un hilillo de voz.
- Que no sabemos nada del universo que nos rodea - respondió a modo de sentencia Michael, escondiendo la cabeza entre las manos, y sumiéndose en sus pensamientos.

El silencio invadió por completo la nave, que para mayor misterio, no daba señales de que nadie la hubiese llevado hasta allí. Eran, casi con toda probabilidad, los únicos tripulantes. Michael se giró de golpe, y mirándoles anunció:

- Señores, y señorita... van a tener ustedes el honor de presenciar que la teoría de cuerdas no es ninguna broma.

Se dirigió corriendo a la cabina principal de la nave, y tras accionar los mandos correspondientes, enfiló la nave hacia la nube de polvo que bordeaba a la 1987-A. Accionó nuevamente una palanca, y con la ayuda de dos botones oportunamente tocados, la nave inició de nuevo su vertiginoso caminar por el espacio. Apenas unos segundos después, atravesaban de lleno la nube, dirigiéndose hacia el corazón de la estrella...

Todo oscureció, la visibilidad era nula y las turbulencias aumentaban. Nuestros simpáticos tripulantes estaban acojonados fruto de los fuertes vaivenes que sufría la nave. Se dice que Michael incluso se hizo pis encima, aunque los demás estaban demasiado ocupados temiendo por sus vidas como para confirmarlo. Era tal la ansiedad generada por la situación que uno a uno todos fueron desmayándose.

Nicolás abrió los ojos. La nave parecía intacta, silenciosa. Consiguió levantarse y acercarse a la cabina de mandos en busca de sus compañeros. Allí estaban Michael y Turrero, pero no había rastros de la señorita D. Se asomó a la ventana y observó lo que parecía ser algún tipo de estación espacial. Qué había ocurrido? Rápidamente se dispuso a despertar a sus compañeros...

Turrero y Michael se despertaron enseguida, algo aturdidos. Efectivamente, la señorita D no se hallaba, aparentemente, en la nave. Michael, el más espabilado de los tres a la hora de manejar la nave, se dirigió a la sala de mandos principal, desde la que pudo ver que efectivamente se hallaban en una especie de estación. La nave estaba en una lanzadera, inclinada unos 45º más o menos. Sabedor de que la única manera de averiguar donde estaban era efectuar el lanzamiento, Michael apretó los botones oportunos. Se abrió una cúpula que dejó vía libre a la nave, que se adentro en la oscuridad más profunda que se pueda uno imaginar. Ya no se veía la estación. No se veía nada, de hecho. Solo la propia iluminación interna permitía a los tripulantes no unirse a la negrura de allá afuera. Michael mantuvo el rumbo fijo, y tras un par de horas de angustioso viaje por la nada, la oscuridad comenzó a menguar, paulatinamente. Michael detuvo la nave y observó hacia afuera.

Desde una posición indescriptible en la variable espacio-tiempo, podía observar lo que había intuído cuando había decidido atravesar la 1987-A: millones y millones de cuerdas que contenían cada una de ellas su propia realidad en forma de universo, y que parecían extenderse hacia el infinito. Antes de que tuviera tiempo de asimilar nada, la nave comenzó a ser atraída por una especie de poderosa fuerza gravitatoria hacia una de las cuerdas cercanas, que vistas desde allí, parecían insignificantes hilillos. Un fogonazo de luz que les impidió ver nada de lo que sucedía, y se hallaron de pronto en una carretera que se alargaba en una inmensa recta en ambas direcciones. Comenzaron a escuchar el sonido de un motor que se acercaba. Un coche blanco, en el que se reflejaba el sol con tanta furia que dañaba la vista verlo directamente demasiado tiempo, se detuvo frente a ellos. Se abrió la puerta delantera, y la señorita D se bajó del coche.

- ¿Llevais mucho tiempo esperando?
- No... no sé... - apenas pudo balbucear Nicolás, superado por la situación.
- No, justo acabamos de llegar, a la hora que habíamos acordado - dijo Michael, con una seguridad en sí mismo que desconcertó a sus compañeros de viaje.
- Bien, subid entonces, no perdamos más tiempo.

Michael, Nicolás y Turrero subieron al vehículo. Después de unos cuantos "piedra, papel, tijera" y un par de "pares o nones", Michael venció a Nicolás en un final apretadísimo y montó delante, junto a la señorita D. Nicolás se sentó atrás, enfurruñado, junto a un impávido Turrero, que había preferido no participar de, según él "un juego tan pueril para tan necia recompensa". Sacó su libro de Rayuela, que lo llevaba encima a todas partes, y se puso a releer unos versos que le hicieran olvidarse por un momento de todo lo vivido hasta entonces.

Tras más de media hora de conducción por carreteras secundarias de mala muerte, el coche se adentró en una vía que conducía a una calle de esas en las que las viviendas son todas iguales y para diferenciar la tuya de la del vecino hay que fijarse en el número. La señorita D detuvo el vehículo en frente de una de ellas. Nuestros cuatro intrépidos protagonistas entraron en la casa, guiados por una serena e inmutable señorita D, que parecía haber estado viviendo en aquel lugar, en aquella calle, en aquella casa durante toda su vida.

- Oye... - se atrevió a preguntar Nicolás - ¿Recuerdas a dónde fuíste después de... de atravesar... la estrella?

La señorita D miró a Nicolas, seriamente. Luego dirigió la vista a Michael y a Turrero, para volver a posarla nuevamente en Nicolás. Finalmente estalló en una carcajada que rompió el silencio que inundaba la casa.

- Jajajaja, que gracioso eres, muchacho... has hecho una representación tan verídica que por un momento hasta he creído que hablabas en serio.

- Sí, jaja, sí... si es que soy la leche - murmuró para sí Nicolás, mordiéndose la lengua.

Michael, que había permanecido de pie, reflexionando, se acercó a la señorita D, la miró fijamente a los ojos y le preguntó:

- ¿Qué es lo que teníamos pensado hacer hoy?
- El baile - respondió ella sorprendida - ¿Ya no lo recuerdas?
- Me lo temía... - Michael bajó preocupado la cabeza y se derrumbó en el sofá que tenía al lado.

El baile fue maravilloso, como cabía esperar. La señorita D y Michael menearon el esqueleto al compás de la música, en una armoniosa fusión con las notas que sonaban a su alrededor, y aún más en consonancia consigo mismos, llegando a momentos de auténtica unidad espiritual, siendo dos almas en una, dos cuerpos que representaban una única entidad corpórea. En uno de los momentos álgidos del cadencioso contoneo de ambos cuerpos, la señorita D, con la cabeza dulcemente apoyada sobre el hombro de Michael, acertó a decir:

- Oh, Mike, nunca había sido tan feliz. Casémonos.
- Nada me produciría más satisfacción, bella damisela... ¿Pero no estaba usted enamorada de Nicolás?
- ¿De Nicolás? ja, ja... ¿Qué tonterías dices? Si sabes de sobra que siempre te he querido única y exclusivamente a ti, tontorrón - añadió dándole un golpecito con el dedo en la nariz.
- Sí, sí... claro... perdona mujer, he confundido realidades paralelas creadas por éste nuestro universo cuerdístico.
- Boh... déjate de inventar cosas, Mike, y dime sí o no.
- ¿Sí o no a qué?
- ¡Ay que corcholis! Si quieres casarte conmigo o no...
- Por supuesto que sí, mi adorable florecilla.

La boda se celebró por todo lo alto pocos días después: un banquete nupcial digno de un zar, miles de invitados, regalos, felicitaciones, momentos deliciosamente divertidos para el recuerdo... y lo más importante de todo, Turrero y Nicolás de viaje por Cancún, regalo por cortesía de Michael, para evitar que estos dos energúmenos estropeasen el convite. Se conoce que estos dos impresentables, que no tienen otro nombre, son muy de emborracharse y liarla en eventos de estas características.

Y así fue como comenzó una nueva etapa en las vidas de la señorita D y Michael, una etapa ilusionante llena de esperanzas, sueños y planes de futuro. Un nuevo camino que, como todos los caminos por descubrir, se presentaba difuso e impredecible en su recorrido, pero como por todos es sabido, no importa el recorrido sino la compañia.

The end.

1 comentario:

txatxar dijo...
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