domingo, 30 de agosto de 2009

Las mil y una tribulaciones de la señorita D por culpa del indeseable Michael, el impertinente Nicolás y el soporífero Turrero.


Escrito por:


- Michael Towers
- Nicholai Chapman
- Michael Yourrero

Fecha de creación: Meses de Abril y Mayo de 2009 (creo), en días de letárgico estado físico y catatónico estado cerebral.


"Las mil y una tribulaciones de la señorita D por culpa del indeseable Michael, el impertinente Nicolás y el soporífero Turrero"


Era de noche, y Nicolás se dirigió a su cama con la intención de dormir...

...Cuando el Miguel Azul (o Torres, que también se llamaba así) empezó a tironearle de la manga, inquiriendo una vez más, e insistentemente, por la Señorita D:

"¡Vive Dios, que no has de dormir hasta que me la presentes!" -dijo el joven galán-

"¡Vive Dios... que te pires, hombre!" -replicó al punto Nicolás-

cabizbajo, Miguel Azul abandonó la habitación de Nicolás y se fue a su domicilio. Durante varias horas intentó dormir, pero era tal el amor que profesaba hacia la señorita D que sus ansias por conocerla no le permitían conciliar el sueño. Desesperado, se levantó de su cama y salió a la calle.

Se acercó al primer quiosco que encontró y compró el periódico, como todas las mañanas. Se sentó en un banco, recibiendo en plena cara el agradable sol madrugador y se sumergió en sus reflexiones: "¿Por qué se empeñarán mi tocayo y el Nicolás en afirmar que mis sentimientos hacia la señorita D son de amor puro? Si no la conozco de nada... simplemente me he limitado a señalar un dato enteramente objetivo: que tiene una sonrisa asoballadoramente arrebatadora."

En éstas estaba cuando de repente notó que alguien se paraba frente a él...

...Era un académico de la lengua, que comenzó a farfullar incoherencias. Al cabo de diez confusos minutos, el pobre Miguel Azul no sabía si quería cobrarle o pagarle por haber creado un nuevo adverbio. Así que se fue, asoballadoramente desorientado. No se dio cuenta, pero justo en el banco de al lado se encontraba sentada la señorita D, leyendo "El maestro y Margarita", y riéndose a mandíbula batiente de las ocurrencias del gato Popota...

Antes de centrar su atención en ella, pensó para sí: "Madre mía... este Turrero es un capullo de campeonato... si a estas alturas de la película tengo que explicarle que los genios tenemos libertad para crear los palabros que nos salgan de los... pensamientos... mal andamos".

Hecha esta crítica y profunda reflexión, Michael se giró hacia la muchacha, cuyas dulces risotadas eran música que sonaba deliciosamente en sus oídos:

- Disculpe, señorita D...

la señorita D, que estaba concentrada en su libro, levantó la mirada, sonriente.

- como va eso? - le dijo Michael, intentando aprovechar el momento, ya que el estado de ánimo de la señorita D parecía propicio para hacerse el gracioso.

- "Pues aquí estamos, ya ve usted" - dijo D. - "Trataba de olvidar, a través de la relectura de este simpático clásico ruso, la diversión que a mi costa tratan de disfrutar unos impresentables en cierto sitio de Internet. Sólo conozco a uno de ellos, que me cae incluso bien, pero al parecer frecuenta extrañas y poco sanas compañías, que son quienes me crean estos dolores de cabeza... A propósito, ¿cómo sabe usted mi nombre? ¿No será un pervertido de esos que abundan por estos lares?" -

- No, mujer... como puede usted pensar eso... de pervertido nada... simplemente me dedico a estrangular jovencitas.

Viendo que su estilo de humor no era el adecuado para cortejar a una dama, y que el rostro ahora contraído de la Señorita D en una muestra de desagrado así lo corroboraba, decidió cambiar de tema rápidamente:

- Esto... ejem... parece que se está nublando - hizo saber señalando hacia el cielo....

- Sí, eso parece - respondió ella distraídamente, volviendo a enfrascarse en la lectura del libro, lo que provocó que en su cara se dibujase una tímida sonrisa. Era tal la belleza de aquella sonrisa, la dulzura que de ella se desprendía, la profunda y sincera admiración que despertaba en el corazón de Michael, que por primera vez en mucho tiempo, éste notó como le resbalaba quejosamente una lágrima por la mejilla. Se la enjuagó con presteza... antes de que su imagen de duro quedase en entredicho.

En ese mismo instante, apareció Nicolás...

el apuesto joven se acercó hasta sus dos amigos.

- por fin os conocéis? ya era hora... el michael es más pesao, to el día que si dile a la señorita D esto, dile aquello,... - confesó Nicolás.

- ehhhm... yo? eeeehhhmmm... sí, bueno... - dijo Michael entre dientes...

Para entonces la señorita D ya sonreía con los mofletes rojillos cual emoticono del messenger. Michael le había parecido un poco rarillo, pero unos halagos nunca están de más.

Entonces empezó a llover. Nicky se ofreció a cobijar a sus amigos bajo su carismática pelambrera, pero ellos rehusaron, de forma que tuvieron que buscar refugio bajo un árbol cercano. Y en tan poco espacio, más cercanos aún quedaron ellos, claro. Entonces Michael, viéndose al fin tan cerca de la sonrisa de sus desvelos...

... decidió atacar con todo su arsenal:

- Se... se... señorita D, que.. quería saber si us.. si a usted le apetec...

No le dió tiempo a terminar la frase. Nicolás les interrumpió riendo escandalosamente:

- ¡Ja, ja! ¿Habeis visto aquel perro? ¡Mirad, mirad! ¡Está cruzando el paso de cebra como si de una persona se tratara! ¡Ja, ja! ¡Qué simpático el cabrón!.

La señorita D sonrió viendo la situación, aunque no le resultaba especialmente llamativa. Michael también sonrió... pero porque estaba imaginando que estrangulaba a Nicolás con sus propias manos... y Nicolás sonreía, porque... porque... bueno, porque el muchacho sonríe siempre.

Así pues, todos sonreían en aquel momento, ajenos al peligro que les acechaba...

pero el que más sonreía era Michael. Le habían dado la tarde libre en el curro y se había ido a la Fnac.

- oye, por qué no os venis a mi humilde morada? Acabo de ir a la Fnac y me he comprado el último pack de pelis de Bergman, edición de coleccionista - sugirió Michael.

- esto... yo es que iba con prisa... - dijo Nicolás...

- prisa? - se preguntó Michael, desconfiado. - Qué tienes que hacer?

- na, darle de comer al pez, que es muy suyo y si no tiene la cena a las siete se cabrea...

- desde cuándo tienes un pez? como se llama?

- wanda - contestó nicky tirando de repertorio cinematográfico.

- a mí sí me apetece una peli - dijo la señorita D - ¡Vente Nicky!

- mecagüen! - susurró entre dientes Nicolás. No sabe lo que está haciendo, pensó.

Así pues los tres miembros de esta historia se fueron en dirección a casa de Michael...

...Pero a mitad de camino saltó ante ellos, cansado de esperar su momento, el famoso peligro que les acechaba: ¡un croissant mutante! El temible (y afrancesado) producto de bollería parecía enfadado y recién hecho. Y tenía dientes. Muchos, muchos dientes. Eso puso a los dos amigos (y a Miguel Azul) en una delicada e inhabitual situación: Esta vez, era el desayuno quien podía morderles a ellos...

Michael y la señorita D estaban parados en la acera, contemplando atónitos a Nicolás haciendo todo tipo de aspavientos.

-¡Vete! ¡Maldito producto de repostería! ¡¿Es que no me oyes?! ¡He dicho que nos dejes en paz!.

Michael se acercó con recelo a Nicolás:...

- Esto... Nicky... ¿Qué haces?
- Intento persuadir a ese croissant mutante para que no nos ataque. Mira, mira... ese que está ahí mismo...

Michael observó preocupado la farola que le señalaba Nicolás.

- mmm... ajá... muy bien, pues sigue, sigue, a ver si lo ahuyentas - dijo Michael, sacando el teléfono móvil de su bolsillo y marcando el número del manicomio.

Minutos después, con Nicolás marchándose en compañía de unos simpáticos señores de bata blanca, Michael y la señorita D quedaron solos nuevamente.

- Y bien... ¿Qué le apetece a usted hacer, querida damisela?
- ¿Aún sigue en pie el plan Bergmaniano?

A Nicolás le había salido el plan redondo, se había librado del ciclo de Bergman y Michael no había sospechado nada. La pobre señorita D, sin embargo, no había corrido tanta suerte. Aunque ella todavía no lo sabía, instantes después de que Michael introdujese el dvd de Persona en el reproductor de dvd, ella se echaría una larga siesta.

Así pues, sin Nicolases ni croissants mutantes de por medio (lástima), la señorita D y Michael se dirigieron hacia la casa del último para ¿disfrutar? de Bergman.

Ya en el rellano, se escuchó una voz desde dentro de la casa...

- Michael!!!!!!!!!!!!! - gritó la voz.

- Sí mamá? - contestó Michael - traigo compañía...

- Es judía???!!

- Eres judía? - preguntó Michael a la señorita D.

- No... - contestó ella atónita.

- Sí lo es madre!! - dijo Michael mintiendo sin tapujos a su madre.

Justo en ese momento sonó el móvil de la señorita D...

...En el que afortunadamente llevaba como sintonía a Matisyahu ( http://www.youtube.com/watch?v=vJ5FvaASrs0 ). Mientras la señorita D atendía a un pesadísimo comercial de una compañía telefónica, la madre de Michael, convencida al fin -gracias al desenfadado ragga hasídico del caballero de Pensilvania- de que el alma inmortal de la nueva amiga de su hijo reposaba tranquilamente en los brazos de Yahvé, dejó escapar un suspiro de alivio.

- Menos mal, hijo, que te juntas con gente, y no con gentiles. ¿Has vuelto a salir sin la kippah?

- Sí, mamá... Es que, verás...

- No me valen excusas, jovencito. Anda para casa, anda.

Antes de que se pudiera dar cuenta de ello, la pobre señorita D estaba en el salón de Michael, tomando té con pastas (todo muy kosher) y departiendo (sin ser una experta, todo hay que decirlo, pero dignamente) sobre temas de actualidad en el mundo judío.

Lo que nadie se esperaba era que el tío de Michael...

... saludara cariñosamente a la señorita D, que al parecer la conocía de las clases de baile de salón a la que acudían todos los miércoles por la noche.

- ¿Qué haces tú por aquí, hija mía?...
- Nada... que conocí a este pes... digo... a este chico tan simpático en el parque y me ha invitado a venir. En cuanto acabemos el té, que por cierto está delicioso - apuntilló dedicándole una amable sonrisa a la madre de Michael - subiremos arriba a ver una película, y luego, por la noche, teníamos pensado ir a mover un poco el esqueleto al ritmo de unas sevillanas. ¿Qué le parece?
- Bien, bien, hija... me alegra ver que todavía hay jóvenes hoy en día que piensan en que una película y un baile son diversión suficiente, sin tener que ir de botellón. Recuerdo que en mis tiempos...

- Bueno... tío, nosotros tenemos que subir ya - le interrumpió Michael - que la película dura tres horas y media y como no la empecemos a ver ya llegaremos tarde al baile. Hala... cuide usted esa próstata.
- ¿Qué... qué has dicho? - preguntó temerosa D.
- Que cuide la próstata, que le dijo el méd...
- No, no, lo otro... ¿Tres horas y media?
- Claro, mujer... sabes que los planos-secuencia de Bergman no se caracterizan precisamente por su corta duración...
- Ya, ya... claro... pero... estaba pensando que... se me había olvidado decirte que ahora tengo que marcharme... que tengo clases de suomi, y empiezan dentro de... - miró desesperadamente el reloj - ... nada, dentro de nada. Marcho ya, que si no llego tarde. Adiós.

La señorita D bajó apresuradamente las escaleras, dejando a Michael plantado en el rellano, con el corazón hecho añicos y sus únicas esperanzas de conquistarla puestas en el baile de aquella noche. Se giró cabizbajo y entró en su cuarto.

Pocos instantes después de entrar en su cuarto, Michael escuchó un fuerte frenazo que provenía de la calle. Se asomó rápidamente a la ventana. En medio de la calle había un coche cruzado y la señorita D tendida en el suelo. Michael no daba crédito a lo que veía y se apresuró en bajar a la calle.

Cuando llegó se encontró a la señorita D completamente pálida. No estaba muy claro si era por el susto del coche o por la duración de la película de Bergman. En cualquier caso Michael se interesó inmediatamente por su estado. Sólo sufría unos leves rasguños en la pierna. La señorita D había salido tan apresuradamente de la casa, que en sus deseos por escapar de ahí ni siquiera se percató de que un coche cruzaba la calle. Entonces Michael...

...Se ofreció, de forma muy normal y muy poco mierdeadora, a acompañarla al hospital. No sin antes dar una muerte horrible al conductor del coche, claro. Una vez en el hospital, les informaron de que la oferta del día era una colonoscopia por cada consulta de urgencias, de que NO era negociable, y de que debían hacerse ambas el mismo día. Dado que la señorita D, responsable y cumplidora como pocas, ya estaba más que al tanto de sus vaivenes intestinales, ya que llevaba perfectamente al día todas sus revisiones, fue a Michael a quien le cayó en fortuna ser colonoscopizado. Así pues, en apenas unos minutos nuestro valiente protagonista se vio sin pantalones, apoyado sobre una camilla y con el culo en pompa...

... el médico se aproximó a el por detrás (obviamente) analizando exhaustivamente la situación, acariciándose la barbilla con una mano.

- Bien, vamos a proceder a... - Bip, bip... bip, bip. El busca que llevaba colgado de la cintura le interrumpió. Lo observó con el rostro contrariado - Oh, no... ha ocurrido una desgracia. Lo siento mucho, pero tengo que irme. Es urgente. Tendremos que dejar esto para otro día.
- No pasa nada. Lo comprendo - dijo Michael subiéndose los pantalones - El deber es lo primero.

Michael fue hasta la sala de espera, donde lo estaba esperando la Señorita D (qué iba a hacer si no en una sala de espera...)

- ¿Ya has terminado? Qué rápido - argumentó ella, sorprendida.
- Sí. Se ve que el doctor este tiene dominado el tema de... bueno... ya sabes. Hala... ya no tengo que preocuparme más por el asunto en los próximos cinco años como mínimo.
- Y bien... ¿Qué hacemos ahora? Aún faltan un par de horas para el baile de esta noche.

- mmm... no sé... ¿Te apetece que visitemos a un amigo mío? Se llama como yo y se apellida casi igual. Un caso realmente curioso.
- Vale... ¿Por qué no?

Caminaron a buen ritmo, adentrándose por las callejuelas de la ciudad, mientras charlaban animadamente, de esto, de aquello... y de todo un poco.

- Bueno, aquí es - Dijo Michael señalando una casa de planta baja con un pequeño jardincito en la parte delantera - Espérame un momento, que voy a comprobar si está en casa.

Michael abrió la puerta. Turrero siempre la dejaba abierta, por no sé qué razón de la libertad del ser humano y la consonancia con el universo... o una chorizada por el estilo.

- ¿Turrero? - preguntó entrando en el salón. Ver para creer... su culto y refinado amigo, compañero del club de lectura al que pertenecían ambos, estaba encima de la mesa, completamente desnudo, excepto por unos simpáticos calzoncillos de la rana Gustavo, que cubrían sus vergüenzas. La radio, a todo volumen...

... reproducía el maravilloso tema de Camela "Sueño contigo", mientras Turrero, en un alarde de flexibilidad y exibicionismo barato, jugueteaba con un plátano haciéndolo pasear por todo su cuerpo, e introduciéndolo a veces en la boca, un poquito, al tiempo que dejaba escapar un suspiro de satisfacción.

Michael huyó despavorido, horrorizado. Aquella imágen no se le borraría tan fácilmente de la cabeza. De hecho, aunque él no lo sabía, a partir de aquel día le costaría conciliar el sueño por las noches, y cuando lo hiciese, sería a cuenta de tener unas horribles pesadillas.

- ¿Qué ocurre, Michael? ¿A qué viene esa cara?...
- Nada, nada - contestó intentando serenarse - ¿Vamos yendo ya para el baile? Y si llegamos antes de tiempo, pues practicamos un poco...
- Vale - contestó animada la señorita D, viendo que por fin iban a hacer algo que a ella le gustaba, que ya era hora. Cogió a Michael del brazo y marcharon los dos rumbo a una noche inolvidable...

Mientras, Nicolás andaba aburrido por casa, puesto que ni Turrero ni Michael andaban por el hattrick, así que decidió hacer unas llamadas.

- Turrero, ande andas?

- En casa...

- Y qué haces que no estás conectao?

- Na, unas cosillas que tenía pendientes. Nada importante.

- Eso qué suena es Camela?

- Ehhmmm... sí, es que ha venido a mi abuela a visitarme y la pobre chochea ya...

- Ahm ok. Bueno mira, que he pensao que podríamos ir a ver como le va a Michael con la señorita D. Ya casi debe haber acabado la peli de Bergman. Le puedo enviar un sms a la señorita D pa ver que hacen, así la despierto, y nos acercamos a tocarle un poco las pelotas al Michael, hace?

- Perfecto, me encantan las pastas de su madre.

Así pues, Nicolás le envió un sms a la señorita D...

"Rcog vlas, llga tmpstad.prnt cntg xa auxilio, pciencia anim.spro no tn malo cm parec.guardad pastas." Nicky siempre había sido un poco críptico con sus mensajes de texto...

Al poco tiempo, Mr. Chapman y Turrero (decentemente vestido y convenientemente duchado tras sus actividades de Ocio Creativo, como es costumbre en él) se encontraron bajo la ventana de Michael, con guitarras desproporcionadamente grandes y kippahs de mariachis (que sí, existen. De verdad.); interpretaron, según costumbre, una serie de clásicos judío-mexicanos que les franquearon el paso como una contraseña, con una encantada sonrisa de la madre de Michael para aderezar tamaño triunfo. Una vez dentro, subieron sin avisar a la habitación de Michael, donde lo encontraron completamente desnudo, ante la atónita (y algo aterrorizada) mirada de la señorita D.

- ¿¿Pero qué pasa aquí?? - Gritaron ambos...
- Ah, hola. - dijo Michael - Veréis...

... Veréis... ¿Podríais cerrar la puerta? Que hace corriente y me estais enfriando la habitación.
- ¿Qué haces desnudo? ¿Hemos interrumpido algo? - preguntó Nicolás con los ojos como platos.
- Ja, ja... ¿Cómo que desnudo? - Michael se puso de pie, mostrándoles el fantástico disfraz de cuerpo humano que llevaba puesto - Me lo compré por 20 euros en el carrefour... ¿Está bien, eh?

- ¿Y por qué lo llevas encima? - continuó Nicolás, sin rendirse a la evidencia, mientras Turrero no participaba en la conversación, sabedor de que había quedado en evidencia gritando como un loco por una tontería como aquella.
- Ah... es que de camino al baile, nos enteramos que además había una fiesta de disfraces, así que paramos un momentito y los compramos. Mira el de ella que chulo, es de tigresa... y por cierto... ¿A qué viene este interrogatorio y esas caras de susto?
- Nada, nada - dijo Turrero saliendo de su letargo - creo que hemos visto fantasmas donde no los había - masculló entre dientes.
- Y bien... ¿A qué veníais?
- Esto... solo para ver qué tal estabas, y esas cosas...

- Ah... pues si no os importa, no quiero ser grosero, pero estoy en mi primera cita con una dama maravillosa, así que si no os importa... - señaló hacia la puerta.
- Sí, sí... perdona Michael. Perdónanos por ser tan tontacos - se excusó Nicolás, cabizbajo.

Con Turrero y Nicolás fuera de escena, Michael le dijo a la señorita D:

- Bueno, qué te apetecería bailar?

- Pues...

- Si me permites una sugerencia - interrumpió Michael- yo optaría por el tango. Hay quien duda de mi sangre judía en este barrio, no en vano me llaman el Gardel de Cangas...

- Bueno... - contestó un tanto insegura la señorita D, pensando que en realidad lo que Michael quería era arrimarse descaradamente, pero peor hubiese sido la lambada, pensó.

Turrero y Nicolás lo habían escuchado todo tras la puerta y sabían perfectamente cuál era el lugar favorito de Michael para ir a bailar tango. Se trataba de un club de tango de ambiente. Decía Michael que en estos sitios ponían más pasión en el baile y siempre iba por ahí a buscar pareja de baile, y quien sabe si algo más, cualquier noche.

Turrero y Nicolás se apresuraron a salir de la casa y...

...Salieron.

Mientras tanto Michael, gracias a sus escasas pero efectivas destrezas como bailarín, había cumplido su objetivo de conquistar a la señorita D, y disfrutaba al fin de sus ¡¡tres!! minutos de breve pero intenso amor.

Y la historia, que parecía mucho menos divertida al no ser convenientemente torpedeada y haber visto uno de sus temas principales concluído de forma (casi) satisfactoria, dio un inesperado giro cuando Nicky, una vez fuera de la casa, se giró para hablar con su compañero de fatigas... El horror le sobrecogió: ¡¡¡Turrero se estaba transformando en un flan de vainilla!!! En una escena digna del Lovecraft más descriptivo, la realidad comenzaba a arrugarse por las esquinas...

- ¡¡Corre, Nicky!! ¡Para mí ya es tarde, pero tú aún puedes salvarte!

- ¿Pero qué te está pasando? ¿Por qué te conviertes en un postre?

- Ah, es largo de explicar, pero trataré de hacerlo antes de quedar deliciosamente cubierto de caramelo...


... todo comenzó en un laboratorio finlandés. Estábamos haciendo experimentos sobre biogenética transmolecular quarkesiana cuando sucedió que... ¡Oh, Dios, Nicolás! ¿Qué te ocurre?...

- ¿Qué? ¿Qué? - Preguntó aterrado, mirándose nerviosamente los brazos y el torso, que para su asombro... seguían exactamente igual que siempre.

- Ja, ja... nada, hombre... solo me reía un poco de ti. Que seré un flan, pero el sentido del humor no lo he perdido. Como te decía, en uno de esos experimentos ocurrió que... - plof... plof... el duro sol madrugador ajusticiaba a Turrero sin perdón, derritiéndolo y haciéndole besar el asfalto. En un último esfuerzo... acertó a decir:

- me encanta el olor a flan derretido por la mañana.

qué cachondo el turrero, incluso instantes antes de su muerte era capaz de bromear. Nicolás, que no era muy amigo de los flanes, pensaba por aquel entonces que ya podría haberse convertido en un häagen dazs sabor belgium chocolate...

Nuestro más carismático personaje se encontraba pues solo, sin nadie que le acompañase en esta trepidante historia. Decidió entonces poner todos sus esfuerzos en resucitar a Turrero. Cuál sería el mejor método? Alquimia? Danza de la resurección? Invocar a Odín y suplicarle clemencia?...

Mientras Nicolás profundizaba en su estudio, la señorita D...

...se preguntaba por qué se había dejado seducir por Michael. Decidió que sería mejor ocultar este hecho, así que aprovechó el obnubilado estado post-coitum de nuestro desdichado antihéroe para devorarlo religiosamente, como una Mantis.

Michael, que siempre había tenido un punto para las perversiones, se encontró sumido en una de ellas. Era un fanático del "vore", así que verse engullido por su amante era algo muy parecido al cielo para él. Apenas pasado el cardias (ergo llegado al estómago), su primer impulso fue dedicarse al onanismo furibundo. Pero, viendo que la cosa no era tan erótica como se había esperado (el bajo pH y la presencia de otras comidas -acaso antiguos amantes- a medio digerir no le resultaban, sorprendentemente, demasiado estimulantes), y que se empezaba a aburrir y disolver allí dentro, decidió idear un plan, cual moderno Jonás o cual Pinocho del siglo XXI, para salir del vientre de la hermosa señorita D...

... unas dos horas más tarde, ante la sorpresa de la señorita D y la suya propia, Michael se hallaba nuevamente sentado en la cama, confirmando y estudiando detenidamente que cada una de las partes de su atlético y hermoso cuerpo estaban en perfectas condiciones. No podía creerse que el plan hubiese funcionado, y menos aún de una manera tan eficiente. Esbozó una inquietante sonrisa al tiempo que se incorporó de un salto, saliendo precipitadamente de la habitación. Volvió al cabo de un rato... se sentó en ell borde de la cama y quedó con la mirada perdida en el vacío...

- Michael...
- Shh... escucha... ya se oyen los camiones por la autopista...

claramente tanto jugo gástrico había dejao al pobre Michael un poco tocao del ala. Escuchaba camiones por la autopista estando la autopista más cercana a más de 50 km.

- De qué hablas? - preguntó inquieta la señorita D.

- No los oyes? Se escuchan claramente. Mira, la vecina llega a casa...

- Cómo lo sabes? - preguntó de nuevo asombrada la señorita D.

- Se escucha la llave al abrir la puerta, acaso no lo oyes?

La señorita D se asomó a la venta. Efectivamente, la vecina acababa de entrar en casa. Se quedó mirando a Michael, estupefacta.

- Michael, tienes poderes!! - exclamó la señorita D.

- Ya sé que soy una máquina sexual, pero eso no son poderes, es el fruto de muchas horas de estudio y un profundo dominio del tantra.

- Sí claro... - murmulló entre dientes la señorita D. -Que no! Eres capaz de escuchar sonidos a gran distancia!

Entonces Michael...

..., que sabía que los camiones ya se iban acercando, kilómetro a kilómetro, decidió hacer lo posible para entretener a la señorita D mientras llegaban con su carga.

Lo probó casi todo: su famosa imitación del Dodo de Mauricio, hacer repostería casera, venderle a su tío-abuelo Esaú, rogarle que se fijase en CADA detalle del profuso tapizado de los muebles de su habitación (decorados con escenas extraídas del Ramanaya y otros textos sagrados hindúes), ofrecerle una nueva sesión de amoríos (rechazada pese a su irresistible manera de ofrecerlo: "¿Qué tal un poco de foqui-foqui ahora, eh? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh? ...¿Por favor?"), e incluso más cosas. Pero al cabo de diez minutos se había quedado sin recursos. Los camiones aún no habían llegado, claro. Así que no le quedaba más que recurrir a su último recurso:

- ¿Podrías esperar un ratito aquí sentada, por favor?...

...Y pudo. Entonces llegaron los camiones.

Michael estaba nervioso. Bajó apresuradamente las escaleras, con el corazón latiéndole a mil por hora. La señorita D había quedado arriba, en la habitación, con expresión triste y desencantada, viendo la imagen de su rostro en la ventana, observando el reflejo de lo que era su vida: una alocada sucesión de acontecimientos a cada cual más esperpéntico, y que auguraban desembocar en un final nada halagüeño. Añoraba las tardes de verano de su infancia, en las que iba a pasear con sus padres por los inmensos prados andaluces, cuyo esplendor siempre le había encogido el corazón. Recordaba con cariño cuánto le gustaba, en aquellas dulces caminatas, descolgar el brazo y dejar que su mano fuera acariciando las flores que bordeaban su recorrido, y que parecían pedir a gritos recibir ese amor que les era entregado en forma de adorable tacto femenino.

En estas estaba cuando un estrepitoso ruido la hizo volver a la realidad...

- !!!!!!Bieeeeeeeeeeeeeen!!!!!! - exclamaba eufórico Michael.

La señorita D bajó corriendo a ver lo que sucedía. Michael no cabía en si de gozo puesto que el camión de los helados por fin traía pistacho, su sabor favorito.

- Qué bien, helado! Me das un poco?...

- Cómprate uno, no te jode... - contestó Michael.

Cuando se trataba de helados de pistacho Michael se cegaba. You don't mess with a pistacho ice cream. La señorita D quedó perpleja ante tanta racanería y no tuvo más remedio que acercarse al señor de los helados a comprarse uno.

- Señor heladero, quería un helado de chocolate...

Entonces el señor de los helados se giró, revelando su rostro ante la señorita D. Ella no daba crédito.

...¡¡El heladero era el propio Michael!!

En un simpar ejercicio de doble personalidad, nuestro simpático (y algo psicótico) amigo entraba y salía del camión de los helados, poniéndose a toda prisa el delantal y el gorro que le cualificaban como despachador de gélidas delicias (en la rápida operación, todo hay que decirlo, tales accesorios solían ser colocados al revés por efecto de las prisas... Lo cual no le daba un aspecto demasiado digno, al pobrecito). La señorita H se preguntaba qué habría pasado con el auténtico heladero (ya que alguien había tenido que conducir el camión hasta allí), pero sus dudas fueron prontamente resueltas al acercarse un poco más al mostrador; de uno de los congeladores asomaba una mano en una postura franca y sospechosamente parecida a lo que se esperaría de un buen rigor mortis...

- Mi... Michael...
- ¿ Siii... mi querida damisela? - dijo éste desde el otro lado del mostrador, con un tono de voz y un brillo en los ojos propios de una persona que debe ser temida si te la cruzas por una calle solitaria en una noche de tormenta.
- Quería decirte que...
- ¿Un heladito de hígado de buey? - Sugirió Michael agarrando con firmeza la cuchara y llenando el cucurucho hasta una altura no recomendada si se quisiese dar más de dos pasos con semejante torre de Pisa.
- ¿De hígado de buey? ¡No me jodas, Michael, no le sirvas semejante mierda a la señorita! - respondió el propio Michael, ahora desde el otro lado del mostrador.
- ¡Cállate, merluzo... tú que sabrás de mujeres! A las feminas les mola el hígado, tarado. Hígado de buey rules...
- ¿Tarado yo? ¡Me cago en...!

Ante la atenta y preocupante mirada de la señorita D (mal llamada señorita H por algunos indeseables) Michael se ensarzó en una pelea terrible consigo mismo.

De pronto apareció Nicolás, subido a la espalda de un señor de rasgos orientales...

La imagen de Edward Norton en el club de la lucha se queda corta para reflejar la dureza de la escena presenciada por la señorita D. Michael se golpeaba a si mismo despiadadamente al grito de:

- ¡¡Puto cabronazo, vas a quedar peor que John Merrick!!

La señorita D no reaccionaba, no sabía qué hacer. Michael repartía a diestro y siniestro cuando un hombre con palillos chinos apareció, bloqueando a Michael mediante tan noble arte. Michael estaba furioso, colérico, momento que Nicolás aprovechó para recordarle que Bergman era un mojón. No era el mejor momento, cierto, pero esos momentos son los mejores para tocar las pelotas.

- Quién eres?! - preguntó la señorita D asombrada.

- Es... Turrero - contestó Nicolás - no pude devolverle a su cuerpo original y he tenido que trasladar su alma al cuerpo del señor Miyagi.

Michael, tras maldecir groseramente y echar diversos espumarajos por la boca, fue finalmente aplacado por la inquebrantable presión de los palillos de Miyagi/Turrero, que porcedió sobre la marcha a diagnosticarle una furibunda esquizofrenia; con un poco de medicación casera consiguió revertir los síntomas y ya de paso a Michael hasta los siete años (un curioso efecto secundario, desde luego). ¿Magia? No, sabiduría milenaria.

La señorita D, bastante contenta por encontrarse de nuevo en una situación que recordaba vagamente a la normalidad, se giró hacia Nicolás para agradecerle que hubiera traído a aquel señor oriental tan simpático (Miyagi/Turrero estaba ahora tratando de convencer a Samuel, el primo de Michael, de las enormes ventajas de la homeopatía al practicarse sobre artrópodos), y ya de paso hacerle una insólita confesión...

- Verás... tengo algo importante que decirte...

Nicolás observó la contrariedad reflejada en el rostro de la señorita D, y advirtió la seriedad de lo que iba a decirle, así que dejó de señalar con el dedo a Michael al tiempo que reía a carcajadas y centró su atención en ella, expectante a lo que tenía que contarle.

- Nicolás... mi querido Nicolás... es necesario que sepas de una vez por todas lo que siento realmente por ti. Te amo. Siempre te he querido y siempre te querré. Si no te lo he dicho antes es porque temía una negativa de tu parte, pero llegados a este punto del camino de mi vida, en el que, por lo que veo, cualquier inesperado acontecimiento puede transformarme en un flan, o hacerme cambiar de personalidad, o convertirme en mi misma de pequeña... no puedo guardármelo por más tiempo. Me vuelves loca. Adoro tu simpatía, tu graciosa pelambrera, tu dulzura a la hora de tratar a las mujeres en general, y a mi en particular, tu... tu...

No se aguantó más. Se abalanzó sobre Nicolás y le plantó un señor beso en toda la boca, ante la sorpresa de éste, que recibió el cálido regalo con los ojos abiertos como platos, dando lugar a una estampa cuanto menos pintoresca.

Michael, desde su nueva altura de metro y medio observaba la escena incrédulo, y con el corazón pidiéndole permiso para hacerse añicos.

durante un extenso plano secuencia sobre la cara de Michael se llegaban a distinguir las lágrimas brotando de sus ojos, aunque éstas se confundían entre la abundante sangre que bañaba su rostro. Michael se encontraba en un estado que separaba el bien del mal, en el que cualquier palabra, movimiento o gato pasando podía inclinar la balanza hacia cualquier lado. Entonces fue cuando Miyagi/Turrero dijo:

- joder colega, vaya chasco te has llevao eh? qué pringao!

La cólera de Michael entonces alcanzó cotas sólo alcanzables por City cuando se habla de Thalia. Su rostro bañado en sangre le daba un aspecto inquietante y todo él desprendía un aura maligna. Su furia era tal que no dudó en abalanzarse sobre Nicolás, sin importarle que a su edad de 7 años se iba a llevar dos hostias. La señorita D reculó y entonces...

...tropezó y cayó sobre la acera, ocurriéndole al fin algo malo (aparte del affaire sexual con Michael Y el beso con Nicky, claro): al impactar con el duro suelo, la señorita D se partió con un ruido sólo esperable de un gigantesco huevo. De su interior salieron cuatro chimpancés ("¡estaba hecha de chimpancés!" - H. S.), que al separarse perdieron la sinérgica capacidad de razonar, hablar y comportarse como una encantadora señorita del sur de España. Así que empezaron a hacer lo habitual en estos casos: gritar, saltar y lanzar sus heces. No tan encantador como a Michael (a partir de ahora "el follamonos") le habría gustado creer, o a Nicky (a partir de ahora "el besamonos") le había parecido hasta el momento. De hecho, ambos se quedaron paralizados de la impresión. Definitivamente, un mundo en el que ocurrían este tipo de cosas era un mundo cruel y carente de sentido. Miyagi/Turrero, mientras tanto, sufría un ataque al corazón (provocado por una descarga eléctrica que Isaac, uno de los simpáticos hermanos menores de Michael, le había provocado con el táser de su padre). Parecía que ya nada podía ir peor, cuando...

... cuando de repente escucharon un silbante sonido por encima de sus cabezas. Alzaron la vista y se toparon con la majestuosa imagen de un ovni parado sobre ellos. Un destello de luz, una pérdida momentánea de la consciencia, y antes de que se dieran cuenta estaban dentro de la nave, atravesando la galaxia a una velocidad mil veces superior a la de la luz (que sí, que sí). En el viaje hacia la Gran nube de Magallanes, la nave se adentró en el agujero negro que preside, desde el centro de la vía lactea, nuestra galaxia. Justo en el momento en el que la nave se adentró en lo desconocido, nuestros atormentados protagonistas, de manera totalmente inexplicable, recobraron todos su forma original. Turrero volvió a ser el de antes de convertirse en un flan. La señorita D volvió a ser la encantadora muchacha de la sonrisa arrebatadora. Michael volvió a ser el galán conquistador, y Nicolás... bueno, Nicolás seguía igual, que no había sufrido ninguna transformación en los últimos días (lo cual era de extrañar en este desconcertante universo). Antes de que se dieran cuenta, y segundos después de adentrarse en el agujero negro, se hallaban en punto muerto, suspendidos en la nada. Michael fijó la vista en uno de los ordenadores, que señalaba que se hallaban ante la famosa 1987-A. Acercándose a uno de los visores, pudo contemplar el exterior de la nave, y maravillarse ante el espectáculo visual que tenía a su alrededor. ¡Existía! allí estaba... la estrella de neutrones, fruto de la supernova original, se mostraba bella e imponente a ojos de nuestro incrédulo protagonista, sabedor de que era quizás el primer ser humano que la contemplaba. Michael empezó a teclear y aporrear los ordenadores de a bordo, mientras sus amigos le observaban a distancia. Estableció los parámetros necesarios para iniciar los cálculos, la pantalla de uno de los ordenadores centrales comenzó a transmitir la información. Bip, bip, bip... regular, cadencioso... efectivamente... todavía se podían recoger los restos de lo que un día debió ser un púlsar causado por la supernova. Pero... si ese púlsar ya no existía... ¿En que maldita fecha se hallaban? Tenían que haber pasado miles de millones de años... ¿Pero cómo? ¿El agujero negro? ¿El hecho de viajar más rápido que la velocidad de la luz? Michael estaba desbordado por los datos con los que era bombardeado su raciocinio. Su cara de angustia preocupó aún más a sus compañeros de tan truculento viaje, que no sabían ni dónde estaban ni qué estaba pasando.

- Michael... ¿Qué ocurre? - preguntó Nicolás con un hilillo de voz.
- Que no sabemos nada del universo que nos rodea - respondió a modo de sentencia Michael, escondiendo la cabeza entre las manos, y sumiéndose en sus pensamientos.

El silencio invadió por completo la nave, que para mayor misterio, no daba señales de que nadie la hubiese llevado hasta allí. Eran, casi con toda probabilidad, los únicos tripulantes. Michael se giró de golpe, y mirándoles anunció:

- Señores, y señorita... van a tener ustedes el honor de presenciar que la teoría de cuerdas no es ninguna broma.

Se dirigió corriendo a la cabina principal de la nave, y tras accionar los mandos correspondientes, enfiló la nave hacia la nube de polvo que bordeaba a la 1987-A. Accionó nuevamente una palanca, y con la ayuda de dos botones oportunamente tocados, la nave inició de nuevo su vertiginoso caminar por el espacio. Apenas unos segundos después, atravesaban de lleno la nube, dirigiéndose hacia el corazón de la estrella...

Todo oscureció, la visibilidad era nula y las turbulencias aumentaban. Nuestros simpáticos tripulantes estaban acojonados fruto de los fuertes vaivenes que sufría la nave. Se dice que Michael incluso se hizo pis encima, aunque los demás estaban demasiado ocupados temiendo por sus vidas como para confirmarlo. Era tal la ansiedad generada por la situación que uno a uno todos fueron desmayándose.

Nicolás abrió los ojos. La nave parecía intacta, silenciosa. Consiguió levantarse y acercarse a la cabina de mandos en busca de sus compañeros. Allí estaban Michael y Turrero, pero no había rastros de la señorita D. Se asomó a la ventana y observó lo que parecía ser algún tipo de estación espacial. Qué había ocurrido? Rápidamente se dispuso a despertar a sus compañeros...

Turrero y Michael se despertaron enseguida, algo aturdidos. Efectivamente, la señorita D no se hallaba, aparentemente, en la nave. Michael, el más espabilado de los tres a la hora de manejar la nave, se dirigió a la sala de mandos principal, desde la que pudo ver que efectivamente se hallaban en una especie de estación. La nave estaba en una lanzadera, inclinada unos 45º más o menos. Sabedor de que la única manera de averiguar donde estaban era efectuar el lanzamiento, Michael apretó los botones oportunos. Se abrió una cúpula que dejó vía libre a la nave, que se adentro en la oscuridad más profunda que se pueda uno imaginar. Ya no se veía la estación. No se veía nada, de hecho. Solo la propia iluminación interna permitía a los tripulantes no unirse a la negrura de allá afuera. Michael mantuvo el rumbo fijo, y tras un par de horas de angustioso viaje por la nada, la oscuridad comenzó a menguar, paulatinamente. Michael detuvo la nave y observó hacia afuera.

Desde una posición indescriptible en la variable espacio-tiempo, podía observar lo que había intuído cuando había decidido atravesar la 1987-A: millones y millones de cuerdas que contenían cada una de ellas su propia realidad en forma de universo, y que parecían extenderse hacia el infinito. Antes de que tuviera tiempo de asimilar nada, la nave comenzó a ser atraída por una especie de poderosa fuerza gravitatoria hacia una de las cuerdas cercanas, que vistas desde allí, parecían insignificantes hilillos. Un fogonazo de luz que les impidió ver nada de lo que sucedía, y se hallaron de pronto en una carretera que se alargaba en una inmensa recta en ambas direcciones. Comenzaron a escuchar el sonido de un motor que se acercaba. Un coche blanco, en el que se reflejaba el sol con tanta furia que dañaba la vista verlo directamente demasiado tiempo, se detuvo frente a ellos. Se abrió la puerta delantera, y la señorita D se bajó del coche.

- ¿Llevais mucho tiempo esperando?
- No... no sé... - apenas pudo balbucear Nicolás, superado por la situación.
- No, justo acabamos de llegar, a la hora que habíamos acordado - dijo Michael, con una seguridad en sí mismo que desconcertó a sus compañeros de viaje.
- Bien, subid entonces, no perdamos más tiempo.

Michael, Nicolás y Turrero subieron al vehículo. Después de unos cuantos "piedra, papel, tijera" y un par de "pares o nones", Michael venció a Nicolás en un final apretadísimo y montó delante, junto a la señorita D. Nicolás se sentó atrás, enfurruñado, junto a un impávido Turrero, que había preferido no participar de, según él "un juego tan pueril para tan necia recompensa". Sacó su libro de Rayuela, que lo llevaba encima a todas partes, y se puso a releer unos versos que le hicieran olvidarse por un momento de todo lo vivido hasta entonces.

Tras más de media hora de conducción por carreteras secundarias de mala muerte, el coche se adentró en una vía que conducía a una calle de esas en las que las viviendas son todas iguales y para diferenciar la tuya de la del vecino hay que fijarse en el número. La señorita D detuvo el vehículo en frente de una de ellas. Nuestros cuatro intrépidos protagonistas entraron en la casa, guiados por una serena e inmutable señorita D, que parecía haber estado viviendo en aquel lugar, en aquella calle, en aquella casa durante toda su vida.

- Oye... - se atrevió a preguntar Nicolás - ¿Recuerdas a dónde fuíste después de... de atravesar... la estrella?

La señorita D miró a Nicolas, seriamente. Luego dirigió la vista a Michael y a Turrero, para volver a posarla nuevamente en Nicolás. Finalmente estalló en una carcajada que rompió el silencio que inundaba la casa.

- Jajajaja, que gracioso eres, muchacho... has hecho una representación tan verídica que por un momento hasta he creído que hablabas en serio.

- Sí, jaja, sí... si es que soy la leche - murmuró para sí Nicolás, mordiéndose la lengua.

Michael, que había permanecido de pie, reflexionando, se acercó a la señorita D, la miró fijamente a los ojos y le preguntó:

- ¿Qué es lo que teníamos pensado hacer hoy?
- El baile - respondió ella sorprendida - ¿Ya no lo recuerdas?
- Me lo temía... - Michael bajó preocupado la cabeza y se derrumbó en el sofá que tenía al lado.

El baile fue maravilloso, como cabía esperar. La señorita D y Michael menearon el esqueleto al compás de la música, en una armoniosa fusión con las notas que sonaban a su alrededor, y aún más en consonancia consigo mismos, llegando a momentos de auténtica unidad espiritual, siendo dos almas en una, dos cuerpos que representaban una única entidad corpórea. En uno de los momentos álgidos del cadencioso contoneo de ambos cuerpos, la señorita D, con la cabeza dulcemente apoyada sobre el hombro de Michael, acertó a decir:

- Oh, Mike, nunca había sido tan feliz. Casémonos.
- Nada me produciría más satisfacción, bella damisela... ¿Pero no estaba usted enamorada de Nicolás?
- ¿De Nicolás? ja, ja... ¿Qué tonterías dices? Si sabes de sobra que siempre te he querido única y exclusivamente a ti, tontorrón - añadió dándole un golpecito con el dedo en la nariz.
- Sí, sí... claro... perdona mujer, he confundido realidades paralelas creadas por éste nuestro universo cuerdístico.
- Boh... déjate de inventar cosas, Mike, y dime sí o no.
- ¿Sí o no a qué?
- ¡Ay que corcholis! Si quieres casarte conmigo o no...
- Por supuesto que sí, mi adorable florecilla.

La boda se celebró por todo lo alto pocos días después: un banquete nupcial digno de un zar, miles de invitados, regalos, felicitaciones, momentos deliciosamente divertidos para el recuerdo... y lo más importante de todo, Turrero y Nicolás de viaje por Cancún, regalo por cortesía de Michael, para evitar que estos dos energúmenos estropeasen el convite. Se conoce que estos dos impresentables, que no tienen otro nombre, son muy de emborracharse y liarla en eventos de estas características.

Y así fue como comenzó una nueva etapa en las vidas de la señorita D y Michael, una etapa ilusionante llena de esperanzas, sueños y planes de futuro. Un nuevo camino que, como todos los caminos por descubrir, se presentaba difuso e impredecible en su recorrido, pero como por todos es sabido, no importa el recorrido sino la compañia.

The end.

domingo, 15 de febrero de 2009

En busca del invierno

Epílogo:

Pasadas las 230:00 de la tarde, Gerclay se personó allí. Los encontró en el cuarto de estar, sentados cada uno en un sillón diferente, pero los tres embobados mirando a su alrededor. Se percataron de su presencia y pasaron a fijar la atención en él. Gerclay les hizo un saludo con la mano acompañado de una leve sonrisa.
- Bien... - dijo mientras se sentaba en uno de los sillones enfrente de ellos - necesito que me presten atención durante los próximos minutos. Voy a contarles cual será su cometido mientras vivan aquí - Dricbert notó como a Gerclay se le iluminaban los ojos después de decir esto.

Justo en ese momento, el fatídico destino quiso que a Dricbert le diese un infarto cerebral. Mientras alzaba la cabeza hacia el techo con los ojos en blanco, pudo percibir como última imágen antes de adentrarse en la eternidad el vuelo solemne y majestuoso de un ruiseñor que pasaba en aquel instante por delante de la cristalera.

Fin.


viernes, 30 de mayo de 2008

En busca del invierno

Capítulo 3:

Dricbert estaba excitado aquella mañana, se levantó antes que de costumbre y comenzó a hacer la maleta, o más bien a rehacerla. La había preparado por lo menos veinte veces desde el día anterior. No tenía demasiadas cosas que llevarse, y no es que tampoco le fueran a servir de mucho en el lugar al que iba, pero en su todavía corto trayecto por el camino de la vida, aquella vida gris y decadente, había destinado parte de su escaso amor proyectado hacia el exterior a ciertos objetos materiales de los que ahora no podía desprenderse. Tras cerrar la maleta, ahora si convencido de que sería la última vez que lo haría, salió de su cuarto y se dirigió a la cocina. Se encontró a su madre ya levantada. Estaba de pie, observando a través del pequeño ventanuco, con la mirada perdida.
- ¿Qué miras mamá?
Se giró sobresaltada.
- Nada... ¿Ya te has levantado?
- Si, no fuí capaz de dormir en toda la noche.
- Yo tampoco - contestó su madre dejando escapar un suspiro que no se sabía bien si era de tristeza o todo lo contrario.
- ¿Y ella aún está durmiendo?
- Si, no parece demasiado entusiasmada.
Dricbert se sentó a la mesa. Trajo hacia sí una especie de cuenco lleno de una gran variedad de hierbas. Cogió unas cuantas, las troceó con las manos y las empezó a comer con inusidata avidez. Su madre, con la espalda apoyada contra la pared y los brazos cruzados, le miraba con atención.

Eran las 56:00 en punto de la mañana, justo la hora que Dricbert llevaba esperando desde hacía días. La hora a partir de la cual su vida cambiaría para siempre. Estaba junto al camino, con la maleta en la mano, oteando con impaciencia el horizonte. Su madre y su hermana estaban detrás de él. Ambas llevaban también una desgastada maleta, y también las dos observaban con interés hacia el lugar por dónde debería aparecer un coche en cualquier momento. Después de poco más de cinco minutos de silenciosa espera, un lejano ruido de motor comenzó a sonar cada vez más claro. El vehículo avanzaba indeciso por el descuidado camino, con una nube de polvo que le perseguía en su continuo avance. Al llegar a su altura, se detuvo. Del asiento del piloto salió un hombre que les miró con detenimiento, pero que no articuló palabra alguna. Simplemente cogió las maletas y las guardó en el maletero. Abrió la puerta trasera y con un gesto les invitó a entrar. Dricbert fué el primero en hacerlo, seguido de su madre y por último su hermana. El hombre cerró la puerta y volvió a sentarse al volante. Le acompañaba alguien en el otro asiento. Por el espejo lateral Dricbert pudo ver que se trataba de Rowger. El coche arrancó, y con el silencio de sus ocupantes como único acompañamiento, inició el viaje hacia Hillhighland, o lo que era lo mismo para Dricbert y su familia, el viaje hacia lo desconocido.

El viaje fué para Dricbert lo más parecido a descender por primera vez hacia las profundidades del océano. Nunca antes había ido más de dos kilómetros lejos de su casa, y ahora se aparecían ante él paisajes que jamás había imaginado. Con la cabeza pegada al cristal, su mirada se movía a velocidad de vértigo, para que no se le escapara ni un solo detalle. El hecho de no estar acostumbrado a montarse en coche le hizo doblarse un momento sobre el asiento y vomitar en el suelo del vehículo.
- Mira Dricbert.
Se incorporó con gesto contrariado. Su madre señalaba, con el brazo entre los dos asientos delanteros, hacia el horizonte. Dricbert se fijó con atención. A lo lejos, podía divisar una gran extensión completamente verde, que abarcaba todo lo que su vista le dejaba ver. Por un momento se le olvidó el mareo, y observaba atónito la extraña realidad disfrazada de desconocida belleza que ante él se presentaba. El coche se aproximaba cada vez más, ahora por carretera normal, dejados ya atrás los sinuosos caminos. Dricbert comenzó poco a poco a divisar un árbol..., otro..., y otro más..., había cientos..., miles..., y todos formaban un homogéneo conjunto de color verdoso tan bello que ponía la piel de gallina y hacía aflorar las lágrimas. Notó como le caía una gota sobre el brazo. Con la boca abierta y los ojos todavía exageradamente abiertos, bajó la cabeza despacio. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Volvió a subir la cabeza, vió que la carretera seguía a través del bosque y antes de que se diera cuenta estaba rodeado de árboles por todas partes. Ahora estaba inquieto en el asiento, no sabía ya ni hacia dónde dirigir su vista. Delante, detrás, a la izquierda y a la derecha. Mirara donde mirara, aquellos gigantes que ocultaban el cielo estaban ahí. Su madre y su hermana tenían ahora la misma expresión que él. En el asiento de atrás de aquel vehículo blanco que cirulaba a gran velocidad entre secuoyas, reinaba la incredulidad y el desconcierto. En el asiento deantero, Rowger observaba por el retrovisor con un tímido gesto de satisfacción.

Capítulo 4:

La salida del bosque supuso la entrada en un nuevo mundo, completamente distinto al que había al otro lado. Grandes campos multicolores se extendían a ambos lados de la carretera. En algunos de ellos, animales que Dricbert nunca había visto, campaban a sus anchas con envidiable naturalidad. Pronto comenzó a divisar las primeras casas. Tenían pinta de ser de un material bastante resistente. No se podía explicar como aquellas inmensas moles no se venían abajo por su propio peso. Cuanto más avanzaba el coche, mayor era la concentración de las casas. De viviendas aisladas, pasaron a ser pequeños nucleos, luego numerosas poblaciones y finalmente, tras un giro del vehículo a la izquierda, una carretera descendente, más ancha que la que habían dejado, conducía a la ciudad. El espectáculo era maravilloso. Desde lejos ya se podía advertir la gran cantidad de casas y edificios que convivían entre sí en aquel inmenso mar de hormigón. El coche circulaba ahora despacio por las calles, entre otros vehículos que mantenían un orden en aquel aparente caos. Tras tomar unos cuantos desvíos, el coche se detuvo ante una inmensa construcción de color azulada, con enormes cristaleras que reflejaban el sol y lo devolvían con furia al exterior. Rowger bajó del vehículo, abrió la puerta trasera y descendieron sus tres ocupantes. Les condujo al interior del edificio, a través de inmensos pasillos, cuyos suelos, paredes y techos presentaban un atractivo tono rosáceo. Al llegar ante una gran puerta Verde, Rowger se detuvo, les pidió que esperasen y entró. Al rato volvió a salir y les indicó que entrasen. Con un apenas imperceptible gesto se despidió de ellos.
El despacho al que pasaron era inmenso. Tan solo tenía tres paredes propiamente dichas, la cuarta era una enorme cristalera que abarcaba todo el fondo del cuarto y que dejaba ver, desde aquel piso del edificio, como el mundo se desarrollaba allá abajo, en las calles de la ciudad. De espaldas a la cristalera, un hombre recostado sobre su sillón, situado delante de una imponente mesa, les observaba con exhaustividad. Se inclinó hacia delante para hablar:
- ¿Así que vosotros sois los que Rowger se ha traído de Cardboardstone?
La pregunta era demasiado obvia. Dricbert miró a su madre.
- Así es - respondió ella.
- Bien. Rowger os habrá dicho ya cual será vuestra nueva casa, y todo eso... - añadió haciendo un movimiento con la mano, como quien aparta una mosca - ¿no?.
- Si. Aunque aún no la hemos visto.
- Verán..., antes de trasladarse de manera definitiva a la que será su futura casa, nos gustaría que pasasen unos días aquí, viviendo en este edificio, ya que tenemos que solucionar todavía unos detalles que tenemos pendientes, cosas de papeleos..., ciertos trámites..., no se si me entienden... - hizo una pausa, para luego continuar - Además les vendría bien para..., digamos que se trataría de un perido de adaptación a su nueva vida, y quien mejor que nosotros para estar a su lado durante la asimilación de ese cambio - añadió mostrando una amplia sonrisa.
Ninguno de los tres articuló palabra alguna. La verdad es que tampoco sabían muy bien que decir, simplemente se limitaban a escuchar con atención.
- Ahora llamaré a mi secretario y les conducirá a la parte superior del edificio. Es allí donde tenemos las residencias particulares. Les hemos reservado una exclusivamente para ustedes, instálense y espérenme allí. Sobre las 226:00 de esta tarde subiré para darle ciertas indicaciones acerca de su... proceso de adaptación que antes les decía - volvió a sonreir.
Dicho esto, trajo hacía si un teléfono completamente de color amarillo, situado a su derecha. A la izquierda tenía otro, pero este era de color verde. Sus colores tan vivos hacían dar la impresión que se trataba de teléfonos de juguete, de plástico. Desde luego resultaba cuanto menos pintoresco. El hombre le habló al aparato:
- Damion, pasa por el despacho, ya han llegado.
Colgó el teléfono y se dirigió otra vez hacia ellos:
- Sus maletas ya las han subido, ahora esperen a que venga Damion.
Agachó la cabeza y se sumergió en una montaña de papeles desordenada que tenía encima de la mesa. La levantó un momento para añadir:
- Por cierto, que aún no se lo había dicho, me llamo Gerclay.

El apartamento estaba dividido en cinco cuartos. Todos consecutivos, intercomunicados entre si por puertas comunes, y todos ellos con la misma fisionomía del despacho que habían abandonado: tres paredes y una gran cristalera de fondo, a modo de cuarta pared. Todos excepto el último, el cuarto de baño, que era de menor tamaño y solo tenía una ventana situada justo en medio del techo. Las habitaciones tenían una especie de pasarela que iba de la puerta entrante a la saliente, a modo de camino a seguir para pasar de unas a otras. Además del baño, y de las tres habitaciones, el primer cuarto era una especie de sala de estar, que emanaba opulencia y magnificencia allí donde uno posase la vista.
Pasadas las 230:00 de la tarde, Gerclay se personó allí. Los encontró en el cuarto de estar, sentados cada uno en un sillón diferente, pero los tres embobados mirando a su alrededor. Se percataron de su presencia y pasaron a fijar la atención en él. Gerclay les hizo un saludo con la mano acompañado de una leve sonrisa.
- Bien... - dijo mientras se sentaba en uno de los sillones enfrente de ellos - necesito que me presten atención durante los próximos minutos. Voy a contarle cual será su cometido mientras vivan aquí - Dricbert notó como a Gerclay se le iluminaron los ojos después de decir esto.
(continuará...)

jueves, 22 de mayo de 2008

En busca del invierno

Capítulo uno:

Caía la noche sobre Cardboardstone, y Dricbert decidió que debía volver a casa. Se incorporó, se sacudió las manos y echó a correr. Tras cruzar el puente de hojalata, situado sobre el río de uranio que dividía la ciudad en dos, llegó a su hogar. Abrió la puerta de cartón, al cerrarla volvió a colocar el cordel en su sitio, y se dirigió a la cocina. Al entrar, vió que su hermana ya estaba cenando, mientras su madre cocinaba. Se giró hacia él:
- Ya pensé que no ibas a venir.
- Es que estaba cogiendo rocatrúcalos.
- ¿Otra vez? ¿Para que los quieres? Si tienes un montón y no les haces caso.
- Es que estos eran de color rojo.
- ¿De color rojo? Que extraño. ¿Cuántos has traído?
Dricbert sacó del bolsillo un pequeño tarro de cristal, en el que se podían ver dos especies de insectos cuadrípedos.
- Pues es verdad, son de color rojo- dijo su madre levantando el tarro hacia la luz, para verlos mejor. Le devolvió el tarro para que lo llevara a su cuarto. Cuando Dricbert salió de la cocina, dirigió la mirada hacia su hija, que seguía comiendo, ajena a la conversación que allí había transcurrido.
-¿Te has fijado, Boerphie, eran rojos?
- Si, ya los he visto.
- ¿Y no te parece raro? Hace años que no se veía ninguno de ese color, pensé que se habían extinguido.
- Pues está claro que alguno habrá sobrevivido.
Dricbert volvió de su cuarto.
- Los he dejado dentro de un cajón, para que no se sientan incómodos.
- Vale, ahora cómete la cena.
Dricbert se sentó, cogió uno de los birqueles y trinchó con él el zarángano que le había preparado su madre. Mientras comía, miró a su hermana. Estaba con la cabeza gacha, fija en su bandeja, concentrada exclusivamente en desmembrar con cuidado el zarángano.
- ¿No te ha parecido raro lo que he traído?
Por toda respuesta oyó una especie de gruñido de indiferencia. Dricbert se encogió de hombros y siguió comiendo. Su madre, de pie observaba a sus dos hijos, con expresión triste. Suspiró, se volvió hacia la cazuela, y tras apagar la lumbre, vació el contendio en su bandeja. Cuando la puso encima de la mesa, sus dos hijos ya habían acabado de cenar. Boerphie se levantó, y salió silenciosamente de la cocina. Dricbert también se incorporó.
- Voy a mi cuarto.
- Vale.
Se quedó sola cenando, como de costumbre.

Dricbert abrió el cajón con cuidado. Los rocatrúcalos estaban, como esperaba, dando vueltas en círculos. Los llevó hasta la mesa, junto a la ventana. Cogió la lupa y los observó con interés. Eran exactamente igual que los otros, solamente eran distintos en el color, no tenían nada excepcional. Se dirigió con ellos al armario, abrió la puerta y retiro uno de los separadores. Quedó al descubierto una especie de cajón hondo, en la que se podían ver un montón de rocatrúcalos verdes, amarillos y azules, dando vueltas constantemente alrededor del pequeño habitáculo. Se movían continuamente en aquel reducido espacio, pero en el aparente caos existía un orden imperfecto e irregular que lo convertía en algo digno de contemplar con admiración. Dricbert añadió al grupo los dos nuevos miembros, que fueron recibidos con indiferencia, y se integraron rápidamente a la masa uniforme con absoluta normalidad. Volvió a colocar el separador en su posición original y cerró la puerta del armario. Se dio la vuelta con pesadumbre, suspiró desganadamente y se tiró sobre su cama de contrachapado. Trajo hacia si el plástico cobertor y se lo puso por encima. Al rato ya estaba durmiendo profundamente.

Al despertar, lo primero que hizo Dricbert fué ir hacia el armario, retiró el separador y observó asustado. Solamente los dos rocatrúcalos rojos daban vueltas, el resto permanecían inmóviles, inertes, con la cabeza tronzada pero todavía unida al tórax. Horrorizado, con los ojos más abiertos de lo que habitualmente se suelen tener al estar recién levantado, cogió los dos insectos que quedaban vivos y los llevó hasta el cajón en el que los había dejado la noche anterior. Volvió al armario, y contemplando la terrible escena le comenzaron a brotar las lágrimas. Hacía tiempo que no lloraba, pero en aquella ocasión lo hizo como cuando era más pequeño.

Capítulo dos:

El paisaje era desolador. El sol de la tarde ajusticiaba sin piedad el lugar. El descampado de tierra, pedregoso y polvoriento, era, siniestramente, casi lo más bello que se podía ver en aquella zona. Dricbert, en cuclillas, en medio del descampado, reunía en un montón los guijarros más vistosos. Se dió la vuelta al sentir ruido de pisadas detrás de si. Vió dirigirse hacia él un hombre de mediana edad, con gafas oscuras, enmbutido en un traje ajustado, de una sola pieza. Al llegar a su altura, el hombre se agachó al lado de Dricbert. Este le miro con cierta desconfianza. El hombre se quitó las gafas y las guardó en un bolsillo de la manga izquierda del traje.
- Hola Dricbert. Tu madre me dijo que te encontraría aquí. Me llamo Rowger, Adam Rowger. ¿Que tal estás?
- Bien... - respondió Dricbert con poco convencimiento, volviendo a su tarea de amontonar los guijarros.
- ¿Son para vender?.
Dricbert asintió. Rowger giró la cabeza para echar un vistazo a su alrededor. Tenía la frente perlada de gotas de sudor.
- Dricbert, he venido a hablar contigo acerca de esos rocatrúcalos de color rojo que has encontrado.
Dricbert se sobresaltó, pero no dijo nada, siguó amontonando los guijarros.
- Verás, Dricbert..., esos insectos que has encontrado nos interesan bastante. Tu madre me ha contado que los has guardado en algún lugar fuera de casa. - Rowger hizo una pequeña pausa para observar al niño, antes de continuar de nuevo. - Podemos llevarte a ti y a tu familia fuera de Cardboardstone, podríais vivir en Hillhighland... ¿Alguna vez has visto un árbol?. - Dricbert negó con la cabeza. - Pues allí verías cientos de ellos, y de todo tipo, y verías caer agua del cielo... ¿tampoco has visto llover, verdad? - una nueva negativa de Dricbert - vivirías en una casa cerca de un río de agua, una casa en la que no pasarías calor por el día ni frío por la noche. Tendrías todas las comodidades que puedas soñar. Serías uno más de nosotros, y tu familia estaría contigo - otra pausa - ¿Que dices Dricbert? ¿Me vas a decir donde guardas esos bichos?.
- No son bichos - replicó Dricbert mostrando cierto enojo.
- Si, ya lo sé, Dricbert, es que yo le llamo bicho a todo animal que se mueva - dijo Rowger esbozando una ligera sonrisa - ¿Me dirás dónde los guardas?
- ¿Para que los quieres?
- Los necesitamos para... hacer ciertos experimentos...
- ¿Los vais a matar?
- Es necesario, Dricbert, pero gracias a esos experimentos se salvarían millones de vidas. Piénsalo, mucha gente de la que conoces tiene el mal de Tiffer, y gracias a ti tendrían curación.
Dricbert quedó pensativo, reflexionando sobre lo que el hombre le había dicho. Sabía que no se podía fiar de Rowger, gente como él jamás había aparecido por allí para nada bueno, pero al mismo tiempo veía ante si la posibilidad de cambiar de vida, de dejar todo aquello atrás, y aunque aquel desconocido al final no cumpliese su palabra, merecía la pena intentarlo. Se incorporó, sacó del bolsillo una especie de pequeño saco de tela y lo comenzó a llenar con los guijarros que había juntado. Rowger le ayudó a hacerlo. Cuando terminaron, el hombre le pidió a Dricbert que le siguiera. Lo condujo hasta un vehículo de color blanco, y le abrió una de las puertas para que entrara. Dricbert se quedó un momento de pie, contemplando atónito su imágen reflejada en el oscuro cristal de la puerta delantera del coche.
- Vamos, entra - le indicó Rowger con la puerta trasera abierta.
Dricbert le hizo caso, agachó la cabeza y entró. Se sentó con delicadeza en el asiento de terciopelo azul. Dentro del coche el ambiente era completamente distinto al de fuera, corría una pequeña brisa de aire fresco que salía de la parte superior del techo, y que se extendía por todo el vehículo. Apoyó lentamente la espalda contra el respaldo del asiento, todo su cuerpo se acoplaba perfectamente, era una sensación indescriptible, nunca en su vida había experimentado mayor comodidad que en aquel momento. Rowger, con una sonrisa en la cara, cerró la puerta trasera, se sentó en el asiento del copiloto y cerró también la puerta delantera. A su lado, otro hombre que vestía igual, puso el coche en marcha. Ahora, con todas las puertas del vehículo cerradas, y con el leve traqueteo que producía al desplazarse a poca velocidad por el sendero, Dricbert cerró los ojos para poder sentir mejor aquel momento. Tenía la sensación de haber vendido su alma al diablo, pero el diablo no era tan malo como decían...
(Continuará...)

domingo, 11 de mayo de 2008

El misterio de la tienda de antigüedades - 3ª parte

Como os estaba contando, me giré despacio para ver qué había en el armario. Los ojos, abiertos como platos, intentaban enviar toda la información visual posible al cerebro, para que éste analizara los datos correspondientes, y mediante complejos cálculos, me ofreciera una explicación que me satisficiese. Pero por mucho que lo notaba trabajar a un velocidad endiablada, la estupefacción y la incomprensión caminaban un paso por delante. Antes de describiros con palabras lo que vi en aquel armario, necesito contaros la teoría de las supercuerdas, así descrito en la wikipedia: la teoría de las supercuerdas es un esquema teórico para explicar todas las partículas y fuerzas fundamentales de la naturaleza en una sola teoría que modela las partículas y campos físicos como vibraciones de delgadas cuerdas supersimétricas que se mueven en un espacio-tiempo de más de cuatro dimensiones. Bien, una vez sabido esto, teneis que quedaros con esto último: un espacio-tiempo de cuatro dimensiones. ¿Por qué os digo que os quedeis con esto? Pues porque creo que, por primera y única vez en mi vida, y quien sabe si en la de cualquier ser humano que haya pisado la tierra durante sus millones de años de historia, tuve la sensación de, al entrar en el armario, visitar esa cuarta dimensión, desconocida para los mortales. No me pidais que os explique cuál es la cuarta dimensión, ni como reconocerla, sería como tratar de explicarle la profundidad a una entidad cognoscitiva que se mueve en un universo de solamente dos dimensiones. Lo que si os puedo decir, es que, una vez entré en el armario, este había desparecido. Es más, cada vez que me movía, la realidad a mi alrededor cambiaba constantemente. Nada permanecía inmutable a no ser que estuviera completamente quieto. Era como si yo, con mi movilidad, generase enormes campos de realidad alternativa caduca. Aunque os costará creerlo, "allí" no existía el "arriba", ni el "abajo", ni "derecha" ni "izquierda". No había gravedad. Nada atraía mi cuerpo, de hecho, ni siquiera sentía mi cuerpo. Probé a intentar tocar con una mano la otra. No las sentía. Las golpeé. No había dolor. Intenté llorar. No era capaz de generar lágrimas. Lo que si podía hacer era experimentar sensaciones, y en aquel momento, eran muchas las que tenía: asombro, expectación, recelo... Yo seguía moviéndome, hacía ningún lado, no existían puntos de referencia a los que dirigirse, no notaba que avanzaba sobre nada, simplemente me movía y punto. Lo más extraordinario de todo, es que para desplazarme no necesitaba mover las piernas. No es que volara (no creo ni que existiera la palabra volar en aquel lugar), es que mi cuerpo (al menos la apariencia, la forma, ya que no lo sentía como mío) se movía a razón de mi conciencia. Con pensar en que éste se moviera, lo hacía, y como dije, sin ni siquiera yo saber hacia dónde. La palabra "dirección" tampoco creo que existiese. Sin saber que hacer, continúe "moviendo" mi cuerpo por "allí". Vi cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión, rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tanhauser..., todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluv..., vale, vale, lo dejo, que aún me van a denunciar por plagio. Como os iba contando, mi viaje era una continua deformación de la realidad de mi alrededor, tan pronto me rodeaban fotones en descomposición moviéndose a mi misma velocidad, como presenciaba ante mí la explosión de una supernova, cuyo proceso de millones de años se veía reducido a unas miserables fracciones de segundos. Todo lo que experimenté en aquellos momentos lo recuerdo vagamente, como cuando piensas por la mañana en el sueño de la noche anterior, y a los pocos días ese recuerdo ya se ha diluído por completo. Aún así, puedo acordarme de todo esto, y de la sensación de que el factor tiempo era algo que no existía. Ya sé que me tildareis de loco, puesto que la existencia conocida en este mundo tridimensional está regida por la implacable variable tiempo. Sin embargo, os puedo asegurar que el tiempo que allí pasé no fué tiempo en realidad, como nosotros lo conocemos, fué otra cosa completamente distinta. Fué como estar suspendido en el infinito, con una línea que representaba la infinidad a mis espaldas y otra delante, y yo, a pesar de estar continuamente moviéndome, permanecía parado en el mismo punto, temporalmente hablando, de la línea anterior. Analizándolo ahora, esa sensación que tuve es ciertamente comprensible: Yo en ese momento era el infinito, venía del infinito e iba hacia el infinito. Para nosotros, en nuestro mundo finito, es imposible no creer en la existencia del tiempo. Pero no porque exista, sino porque solamente existe para nosotros. Yo que tuve la oportunidad de experimentar la infinidad, sé que en esta infinidad no tiene cabida el tiempo, lo que me da a entender que nuestras percepciones de la realidad no son las que "verdaderamente" existen, sino las que existen para nosotros. Ni siquiera me atrevo a creer que exista una realidad suprema y realidades alternativas adaptables a las circunstancias de distintas agrupaciones dimensionales. Si de verdad existe algo así, simplemente será objeto de conocimiento de la entidad creadora de todas esas realidades, tanto las supremas como las alternativas. Si así fuese, esa entidad sería adaptable a cualquier tipo de realidad, mientras que nuestra comprensión simplemente aceptaría una como válida, a pesar de tener la oportunidad (en raras ocasiones, debido posiblemente a roturas producidas en la tela de unión de todas las realidades), de experimentar esas otras realidades alternativas, paralelas o incluso superpuestas a la nuestra. A todo esto, os estareis preguntando como es que vuelvo a estar entre vosotros, en este universo de tres dimensiones, viviendo en esta realidad, una de las tantas que habrá, probablemente infinitas. Pues bien, en mi continuo viaje por esta realidad ajena, se me ocurrió la idea (hasta ese momento no lo había hecho) de cerrar los ojos. Noté de pronto que me precipitaba hacía el vacío. Por primera vez desde que estaba allí sentí las leyes de la física propias de nuestra realidad. Abrí los ojos asustado. Estaba de pie, frente a una casa, una casa que desconocía. Vestía de una manera extraña. No reconocía gran parte del mundo que me rodeaba, había árboles y flores, si, pero todo parecía haber sido "remodelado". Se abrió la puerta de la casa y salió una mujer: - "Entra en casa, que aún te vas a resfriar". Me miré las manos, los brazos, las piernas. Efectivamente, eran las mías. Levanté la mirada asustado hacia la mujer. - "Vamos... ¿a qué esperas?". Le hice caso, y traspasé la puerta, mientras ella se hacía a un lado.
Como os decía al principio de la historia, en la primera parte, y aunque seguramente todos os lo tomasteis a broma, en 1941, yo era un niño.

miércoles, 7 de mayo de 2008

El misterio de la tienda de antigüedades - 2ª parte

Como decía al final de la primera parte, había presenciado una decapitación en vivo y en directo, y aunque muchos os estareis pensando: "pobre, siendo un niño tuvo que ser durísimo ver esto", nada más lejos. Gracias a Dios, la televisión y la playstation han conseguido que este tipo de cosas resulten hasta anecdóticas a ojos de un imberbe mozalbete. Los dos hombres, cuyos nombres no sabía, y a los que me referiré como "los apalizadores" estaban, si recordais, tirados sobre el suelo, extenuados por el esfuerzo. Tan cansados estaban que se quedaron dormidos. Aprovechando esta circunstancia, decidí intentar escaparme. Me puse en pie con dificultad, con la silla atada a la espalda, lo que me hacía caminar encorvado. Antes de dirigirme a la puerta, quería asegurarme de que los apalizadores seguían dormidos. Al girarme, una de las patas traseras de la silla golpeó una botella que había encima de una mesita cercana. El escándalo que armé ya os lo podeis imaginar. Los hombres se despertaron, mirándome con extrañeza, como si me vieran por primera vez. Yo les observaba con la cara de quien sabe que la acaba de liar, y además en esa postura tan extraña por culpa de la silla, una postura que en los manuales carceleros no recomiendan a los reos. Uno de los hombres se incorporó, se sacudió la ropa y me cogió de un brazo. El otro hizo lo mismo, menos lo de cogerme del brazo. Me desataron la silla de la espalda, y me llevaron hacia la puerta. Al salir, fuí con ellos hacia un coche que estaba allí aparcado, me hicieron montar en el asiento de atrás y me dijeron que me pusiese el cinturón, alegando no se qué de la guardia civil. Después de veinte minutos de conducción, llegamos a la ciudad, y el coche se empezó a desviar por callejuelas de mala muerte. En una de ellas se detuvo, y los hombres se bajaron de él. Me hicieron bajar a mi también, y me condujeron al interior de una tienda que tenía un letrero fuera que decía: "Antigüedades eugenio, la tienda de un genio". Desde luego el que ideó la frase no era Pablo Neruda, pero tenía su gracia. Al entrar en la tienda me fijé que no sólo era antigua por las antigüedades, valga la repugnancia, sino que era antigua en absolutamente todo. Estaba descuidada, había telas de araña en rincones que tenían pinta de no haber sido visitados en años. Las paredes habían perdido casi todas sus capas de pintura y se podían ver los ladrillos rojizos que asomaban como con vergüenza, pidiendo que por favor los tapasen. Me llevaron hacia un cuarto situado en la parte de atrás de la tienda, abrieron la puerta y la cerraron depués de que entrara. Desde dentro escuché girar la llave, no hacía falta ser un lince para ver que estaba encerrado en aquel maloliente cuartucho. Y digo maloliente porque de verdad el olor era insoportable. Parecía provenir de un armario situado a mi derecha. Fuí hacia él y lo abrí. No había absolutamente nada. El armario estaba completamente vacío, no tenía estantes, ni separadores de ningún tipo, era simplemente una caja rectangular de madera sin nada dentro, y lo más curioso es que el olor había desaparecido por completo. Anonadado, cerré la puerta del armario. Ahora volvió a aparecer el olor, un olor extraño, indescriptible, pero nada agradable, desde luego. Intrigado, volví a abrir de golpe el armario, como queriendo pescar de improvisto lo que fuese que había dentro y que desaparecía cuando yo lo abría. El armario seguía igual, pero el olor había vuelto a desparecer. El mosqueo que tenía encima era mayor que el día que descubrí que el gordo que se había quedado atascado en la chimenea era mi padre y no Papa Noel. Dejé el armario abierto, y me dediqué a pasear por el cuarto con las manos detrás de la espalda, tipo detective intentando resolver un complejo caso. Me entraron ganas de llamar a Iker Jiménez para ver si él me podía dar una explicación, pero por desgracia no tenía sú número de teléfono y ni siquiera tenía desde donde llamarle, un par de detalles que terminaron de convencerme para desbaratar la idea. En uno de mis paseos por el cuarto, de repente volvió el olor. Justo en ese momento estaba de espaldas al armario, me giré lentamente y vi lo más asombroso que hayais visto nunca, ríete tú del armario ese de Narnia. Si quereis saber lo que había dentro del armario y el final de esta misteriosa historia, no os perdais la tercera parte. Próximamente en Blackmoon.

lunes, 5 de mayo de 2008

El misterio de la tienda de antigüedades - 1ª parte.

En vista de que mis más fieles lectores me importunan a diario con un: ¿No vas a escribir nada nuevo en el blog?, pues tendré que deleitarlos con una de mis fantásticas historias, que son éxito de crítica y público en los festivales nacionales de narrativa contemporánea.
Antes de nada, tengo que deciros, muchos ya lo sabeis, que el gran Alex, futuro director de cine, ha contratado mis servicios para que le escriba un guión para un cortometraje, y por eso estoy algo ocupado y no dispongo de mucho tiempo para escribir tanto como a mi me gustaría en esta página. De momento puedo adelantaros que el primer guión que tengo ya casi finalizado llevará por título "El castigo". Cuando termine éste, espero escribir algo de comedia, un género en el que me encuentro como pez en la pecera.
Bueno, vamos a lo que vamos: esta historia que a continuación os relato ocurrió en realidad, y espero que al leerla os introduzcais en ella tanto como yo, que la viví en primera persona.
En el año 1941 (que sí, que sí, que la viví en persona, que ya veo a algunos haciendo cuentas con los dedos), había un hombre llamado Eugenio Gandul, muy famoso en estas tierras por regentar una conocida tienda de antigüedades. A pesar de ser tan conocido este personaje de distinguido nombre, yo la verdad es que no fuí consicente de su existencia hasta una mañana de abril de dicho año. Caminando desde la casa de mis padres hasta el orfanato en el que yo vivía, decidí tomar un atajo para llegar antes, que ese día había para comer sesos de burro con boñiga de vaca, y era uno de esos apetitosos manjares a los que uno no hace ascos. Tras andar un rato, esquivando las piedras del agreste sendero, mis alpargatas se detuvieron al oir unos gritos provenientes de una casa situada al borde del camino. Aunque lo más fácil hubiese sido continuar el camino silbando, recogiendo flores, y olvidarme del tema, la curiosidad ya sabemos que mata al gato, y en aquel momento sólo me faltó maullar para dar validez a esta afirmación. Me dirigí despacio a la puerta de la casa, y pegué la oreja para oir mejor.Escuché una discusión en la que intervenían hasta tres voces diferentes, y de vez en cuando se oían ruidos como de golpes, acompañados de unos gritos de dolor. Entreabrí la puerta con cuidado, intentando ver sin ser visto. Para mi desgracia, las bisagras chirriaron más que una comunidad de grillos en una noche estrellada. Me quedé con cara de tonto, de pie en el umbral, viendo a tres individuos observándome fijamente. Dos de ellos estaban de pie, el otro sentado en una silla, atado a ella con una cuerda, y tenía la cara un poco hinchada y con tonalidades diferentes. Desde luego, pruebas de maquillaje no estaban haciendo, así que a modo de excusa dije:
-Perdón, pensé que aquí era donde se vendían las entradas para el concierto de Habeas Corpus.
Cerré la puerta y eché a correr todo lo rápido que pude. El problema es que "todo lo rápido que yo podía" era menos rápido que "todo lo rápido que ellos podían", y si habeis estudiado algo de matemáticas, al restarle a un elemento el otro, el resultado final es que me cogieron. Me llevaron de vuelta a la casa. Allí dentro pude ver mejor la situación. El hombre que estaba sentado en la silla, seguía allí sentado. Difícil tenía moverse con los brazos atados a ella y los pies sujetos al suelo con un par de clavos estratégicamente colocados. Yo ahora también estaba sentado en otra silla, y también atado a ella. Al menos habían tenido la decencia de no hacerme la gracia del clavito. Desde esa posición pude ver como los tres seguían discutiendo, como si yo no estuviera allí. De vez en cuando, uno de los dos hombres que estaban de pie, golpeaba con violencia al que estaba sentado. Se iban alternando, para no cansarse, pobrecillos..., si es que todos somos humanos. Tras contemplar atónito esto durante tres largas horas, me dí cuenta que los azotadores estaban fatigados, rendidos por el esfuerzo, y el azotado ya no se aguantaba en la silla ni con cuerda ni con nada. En mi vida había visto tres personas tan cansadas desde que presenciara el maratón de Oklahoma en el que participaban Falete, Pedro Solbes y Loles León. Cuando pensé que caerían al suelo por no poder sostenerse en pie, en un último esfuerzo, uno de ellos sacó del bolsillo una navaja, y empezó a cortarle poco a poco el cuello al desgraciado que se mantenía como podía sobre la silla. Cada vez que la hoja penetraba un poco más en la garganta, la sangre salía con más violencia, a borbotones a veces, hasta ir formando un desagradable charco en el suelo. A medida que avanzaba, la resitencia de la víctima era cada vez menor. Cuando iba por la mitad, ya era inexistente, solamente le quedaba terminar lo que había empezado. Con esfuerzo, consiguió llegar al final, ya sólo quedaba la piel del otro lado del cuello que impedía que ésta se despegara completamente de los hombros. La cortó apoyandola contra el respaldo de la silla, como quien corta el pescuezo al pollo. Con la cabeza en la mano, la cara completamente cubierta de sangre, la sostuvo en alto un momento mientras soltaba una risa ahogada. Se derrumbó en el suelo, extasiado, soltando la cabeza de la mano, que rodó hasta mis pies.

Mañana continúo con la 2ª parte, que tengo que irme a dormir, y me acabo de dar cuenta que lo que empezó como una divertida historia ha degenerado hasta convertirse en una asquerosa narración de hechos macabros, así que a ver si mañana publico la segunda parte, modifico un poco ésta que se me ha ido de las manos o yo que sé. De momento ya teneis algo para leer. ¿No es lo que queríais? Pues hala, que os sirva de lección de "como no presionar a alguien a que escriba algo que él no quiere".