Bueno, queridos lectores, mi generosidad es como mi sabiduría, infinita, y por ello os voy a mostrar, de manera gratuíta y en exclusiva para vosotros, cómo sacarle todo el jugo a una imágen que a priori no nos dice nada.
Para conocer bien la historia que ha originado esta fotografía, debo remontarme a años atrás. Estando yo una tarde de junio (en realidad no sé si era por la tarde y ni siquiera sé si era junio, pero empezar así una historia siempre le da un toque romántico), rebuscando entre mis múltiples libros, me encontré con uno de Leonardo (aclaro: Leonardo Da Vinci, es que entre genios nos tratamos por el nombre de pila). El libro trataba en profundidad sobre los inventos que Leo había ido desarrollando a lo largo de su vida. Me atrajo especialmente una especie de planeador con alas, una de sus ideas más grandes. Yo me dije: Si Leonardo pudo diseñar y construir ese hijo ancestral de los actuales aviones ¿Por qué yo no?. Ni corto ni perezoso, decidí a partir de aquel día poner todo mi empeño en dedicarme a la contrucción de aquel maravilloso aparato que me daría la alegría que otorga la superación personal y, por encima de todo, que me daría una imágen entre mis amigos de genio loco, una imágen que siempre he perseguido, pero que nunca he alcanzado realmente. La vez que más cerca estuve fué cuando lo del gato con las pinzas en los ojos viendo fijamente durante horas los cordones de mis zapatos; pero bueno, esa es una historia que ya contaré otro día. Como decía, puse todas mis fuerzas en este nuevo proyecto, y para ello necesitaba renunciar para empezar a mi trabajo de enterrador, que me robaba bastante tiempo, sobre todo con lo de la peste negra esa que hubo hace un tiempo por aquí. Dicho y hecho, colgué la pala. También decidí dejar de lado la carrera que estaba estudiando, que me quitaba la otra parte del día que me dejaba libre el enterrar gente con el grave problema de salud de estar muertos. Además, abandonar la carrera era lo mejor que podía hacer. Estudiaba inglés, y a esas alturas ya me sabía el idioma de Shakespeare beri güel.
Los primeros días trabajando en el susodicho invento no fueron todo lo satisfactorios que me esperaba. El dibujito en el folio quedaba muy chulo, eso si, pero luego llevar el diseño del papel a la realidad era más complicado que ver una bandera republicana en el palacio de la Zarzuela. Necesitaba ayuda, aunque me costara reconocerlo, así que contacté con mi colega Valery Bozdanov, un joven ruso que conocí a través de internet, y que era un genio construyendo todo tipo de aparatos raros. Decidí llamarlo (bueno, en realidad le dí un toque al móvil para que me llamara él, ese truquillo que todos utilizamos para no gastar dinero), y le conté mi plan. Al parecer él también era un admirador de Da Vinci, y le encantó la idea. Le propuse que viniera a la semana siguiente, y aceptó sin problemas.
Una semana después de llamar a Valery, allí estaba, en la puerta de mi casa, puntual cual reloj suizo. Le mostré los diseños que había hecho y le dije si veía factible llevarlos a cabo. Frunció el entrecejo diciendo "lo intentaré". En realidad él sabía de sobra si podía o no hacerlo, y yo también sabía de sobra que lo había dicho con aquella expresión en la cara para hacerse el interesante, es una técnica que yo también suelo usar. Los rusos puede que sean raros, pero a trabajadores no hay quien les gane, o al menos a Valery. En apenas dos días me había montado el planeador exactamente como yo lo había diseñado, e incluso se permitió el lujo de añadirle un par de aletillas laterales para "nosequé del flujo del aire creando una corriente bla bla bla bla bla...", ni caso le estaba haciendo. Estaba mirando embobado la obra de arte que habían creado las manos de aquel desgraciado. Y no le llamo desgraciado de forma gratuíta, sino porque el pobre no sabía que ya nunca volvería a Rusia, y es que no me podía permitir que se airease que él había hecho todo el trabajo y yo simplemente había sido una mera comparsa en su maestría, así que deslicé con disimulo un par de gotitas "milagrosas" en su copa cuando brindábamos por el éxito conseguido. Con el ruso muerto (y enterrado, no os olvideis de cuál era mi trabajo) y el planeador a mi entera disposición, me sentía como el niño de la fábrica de chocolate cuando descubre la etiqueta dorada en su chocolatina. Estaba nervioso, ansioso, ilusionado, excitado..., en mi vida había experimentado nada igual, ni siquiera cuando vi por primera vez al astronauta Bowman adentrarse en el viaje psicodélico a través del espacio-tiempo en 2001, una odisea del espacio. No podía esperar más, me cargué el artilugio a la espalda y me dirigí corriendo como un poseso a la colina más cercana. A medida que ascendía me daba cuenta de que realmente no lo había probado para comprobar su funcionalidad, pero me fiaba más del fiambre ruso que de mi mismo. Cuando llegué a una zona bastante escarpada, situada al borde de un gran abismo, decidí que era el sitio ideal para probarlo. Me sujeté con correas al aparato como debía, me colgué la cámara de fotos al cuello (si, llevaba una cámara conmigo. Recordad que estoy explicando el origen de la imágen superior) y rezé un par de Ave Marías rápidos. Coloqué los pies al borde del precipicio, miré hacia abajo, otro Ave María, esta vez acompañado de un Padre Nuestro...y me lancé. Que sensación, que envidia tenía que sentir el mundo de mí en aquel momento, Dios a mi lado era un aficionado, las leyes de la gravedad quedaban anticuadas, que momentos más increíbles, que manera de volar, que ser superior era, que..., que..., ¡Que desgracia! el aparato caía inexorablemente en picado, aquello no remontaba el vuelo ni a soplidos, el suelo se acercaba a una velocidad de vertigo, maldita sea, Newton tenía razón, Fuerza igual a masa por aceleración no era ninguna tontería, y el fatal desenlace no se hizo esperar. Choqué violentamente contra el suelo, quedando en un estado tan desastroso que la forense de Bones necesitaría cuatro capítulos para reconocerme.
Esto lo recuerdo de manera algo difusa, lo único que sé con seguridad es que durante mi angustiosa caída me dió tiempo a sacar la fotografía que arriba observais. Ahora os escribo desde el infierno (si, por lo de los pecados y esas cosas), en un ratito que tengo libre. Bueno, ya os tengo que dejar que se me han regenerado de nuevo las entrañas y ya viene el Buitre famélico otra vez, que tío, no se cansa nunca de comer...
Para conocer bien la historia que ha originado esta fotografía, debo remontarme a años atrás. Estando yo una tarde de junio (en realidad no sé si era por la tarde y ni siquiera sé si era junio, pero empezar así una historia siempre le da un toque romántico), rebuscando entre mis múltiples libros, me encontré con uno de Leonardo (aclaro: Leonardo Da Vinci, es que entre genios nos tratamos por el nombre de pila). El libro trataba en profundidad sobre los inventos que Leo había ido desarrollando a lo largo de su vida. Me atrajo especialmente una especie de planeador con alas, una de sus ideas más grandes. Yo me dije: Si Leonardo pudo diseñar y construir ese hijo ancestral de los actuales aviones ¿Por qué yo no?. Ni corto ni perezoso, decidí a partir de aquel día poner todo mi empeño en dedicarme a la contrucción de aquel maravilloso aparato que me daría la alegría que otorga la superación personal y, por encima de todo, que me daría una imágen entre mis amigos de genio loco, una imágen que siempre he perseguido, pero que nunca he alcanzado realmente. La vez que más cerca estuve fué cuando lo del gato con las pinzas en los ojos viendo fijamente durante horas los cordones de mis zapatos; pero bueno, esa es una historia que ya contaré otro día. Como decía, puse todas mis fuerzas en este nuevo proyecto, y para ello necesitaba renunciar para empezar a mi trabajo de enterrador, que me robaba bastante tiempo, sobre todo con lo de la peste negra esa que hubo hace un tiempo por aquí. Dicho y hecho, colgué la pala. También decidí dejar de lado la carrera que estaba estudiando, que me quitaba la otra parte del día que me dejaba libre el enterrar gente con el grave problema de salud de estar muertos. Además, abandonar la carrera era lo mejor que podía hacer. Estudiaba inglés, y a esas alturas ya me sabía el idioma de Shakespeare beri güel.
Los primeros días trabajando en el susodicho invento no fueron todo lo satisfactorios que me esperaba. El dibujito en el folio quedaba muy chulo, eso si, pero luego llevar el diseño del papel a la realidad era más complicado que ver una bandera republicana en el palacio de la Zarzuela. Necesitaba ayuda, aunque me costara reconocerlo, así que contacté con mi colega Valery Bozdanov, un joven ruso que conocí a través de internet, y que era un genio construyendo todo tipo de aparatos raros. Decidí llamarlo (bueno, en realidad le dí un toque al móvil para que me llamara él, ese truquillo que todos utilizamos para no gastar dinero), y le conté mi plan. Al parecer él también era un admirador de Da Vinci, y le encantó la idea. Le propuse que viniera a la semana siguiente, y aceptó sin problemas.
Una semana después de llamar a Valery, allí estaba, en la puerta de mi casa, puntual cual reloj suizo. Le mostré los diseños que había hecho y le dije si veía factible llevarlos a cabo. Frunció el entrecejo diciendo "lo intentaré". En realidad él sabía de sobra si podía o no hacerlo, y yo también sabía de sobra que lo había dicho con aquella expresión en la cara para hacerse el interesante, es una técnica que yo también suelo usar. Los rusos puede que sean raros, pero a trabajadores no hay quien les gane, o al menos a Valery. En apenas dos días me había montado el planeador exactamente como yo lo había diseñado, e incluso se permitió el lujo de añadirle un par de aletillas laterales para "nosequé del flujo del aire creando una corriente bla bla bla bla bla...", ni caso le estaba haciendo. Estaba mirando embobado la obra de arte que habían creado las manos de aquel desgraciado. Y no le llamo desgraciado de forma gratuíta, sino porque el pobre no sabía que ya nunca volvería a Rusia, y es que no me podía permitir que se airease que él había hecho todo el trabajo y yo simplemente había sido una mera comparsa en su maestría, así que deslicé con disimulo un par de gotitas "milagrosas" en su copa cuando brindábamos por el éxito conseguido. Con el ruso muerto (y enterrado, no os olvideis de cuál era mi trabajo) y el planeador a mi entera disposición, me sentía como el niño de la fábrica de chocolate cuando descubre la etiqueta dorada en su chocolatina. Estaba nervioso, ansioso, ilusionado, excitado..., en mi vida había experimentado nada igual, ni siquiera cuando vi por primera vez al astronauta Bowman adentrarse en el viaje psicodélico a través del espacio-tiempo en 2001, una odisea del espacio. No podía esperar más, me cargué el artilugio a la espalda y me dirigí corriendo como un poseso a la colina más cercana. A medida que ascendía me daba cuenta de que realmente no lo había probado para comprobar su funcionalidad, pero me fiaba más del fiambre ruso que de mi mismo. Cuando llegué a una zona bastante escarpada, situada al borde de un gran abismo, decidí que era el sitio ideal para probarlo. Me sujeté con correas al aparato como debía, me colgué la cámara de fotos al cuello (si, llevaba una cámara conmigo. Recordad que estoy explicando el origen de la imágen superior) y rezé un par de Ave Marías rápidos. Coloqué los pies al borde del precipicio, miré hacia abajo, otro Ave María, esta vez acompañado de un Padre Nuestro...y me lancé. Que sensación, que envidia tenía que sentir el mundo de mí en aquel momento, Dios a mi lado era un aficionado, las leyes de la gravedad quedaban anticuadas, que momentos más increíbles, que manera de volar, que ser superior era, que..., que..., ¡Que desgracia! el aparato caía inexorablemente en picado, aquello no remontaba el vuelo ni a soplidos, el suelo se acercaba a una velocidad de vertigo, maldita sea, Newton tenía razón, Fuerza igual a masa por aceleración no era ninguna tontería, y el fatal desenlace no se hizo esperar. Choqué violentamente contra el suelo, quedando en un estado tan desastroso que la forense de Bones necesitaría cuatro capítulos para reconocerme.
Esto lo recuerdo de manera algo difusa, lo único que sé con seguridad es que durante mi angustiosa caída me dió tiempo a sacar la fotografía que arriba observais. Ahora os escribo desde el infierno (si, por lo de los pecados y esas cosas), en un ratito que tengo libre. Bueno, ya os tengo que dejar que se me han regenerado de nuevo las entrañas y ya viene el Buitre famélico otra vez, que tío, no se cansa nunca de comer...
2 comentarios:
Bueno carallo canta sabiduría tes. A verdade eu estou en case todo dacordo... eu diría nun 80% dacordo ... cunha gran calidade técnica na pluma... pero claro ser bon coa pluma non che costará , hai que recoñecelo neso es un fenomeno.
Sigue escribindo asi de ben.
Esto nun visto e non visto estará petao de frikis coma ti... ou coma min... xD
tu colega me ha llamado friki? :P
tengo una sensación extraña ahora mismo. por un lado pienso "qué grande la historia!" y por otro "joder qué puto friki está hecho, anda que ponerse a escribir todo eso...", pero como lo has escrito y ahí está pues te diré que mola mucho y me guardaré mis pensamientos sobre ti para reirme con el jojobi por ejemplo :PPPPPPP
Muy emotivo el momento de la chocolatina jajajajajaja!
P.D.: puto friki
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