lunes, 5 de mayo de 2008

El misterio de la tienda de antigüedades - 1ª parte.

En vista de que mis más fieles lectores me importunan a diario con un: ¿No vas a escribir nada nuevo en el blog?, pues tendré que deleitarlos con una de mis fantásticas historias, que son éxito de crítica y público en los festivales nacionales de narrativa contemporánea.
Antes de nada, tengo que deciros, muchos ya lo sabeis, que el gran Alex, futuro director de cine, ha contratado mis servicios para que le escriba un guión para un cortometraje, y por eso estoy algo ocupado y no dispongo de mucho tiempo para escribir tanto como a mi me gustaría en esta página. De momento puedo adelantaros que el primer guión que tengo ya casi finalizado llevará por título "El castigo". Cuando termine éste, espero escribir algo de comedia, un género en el que me encuentro como pez en la pecera.
Bueno, vamos a lo que vamos: esta historia que a continuación os relato ocurrió en realidad, y espero que al leerla os introduzcais en ella tanto como yo, que la viví en primera persona.
En el año 1941 (que sí, que sí, que la viví en persona, que ya veo a algunos haciendo cuentas con los dedos), había un hombre llamado Eugenio Gandul, muy famoso en estas tierras por regentar una conocida tienda de antigüedades. A pesar de ser tan conocido este personaje de distinguido nombre, yo la verdad es que no fuí consicente de su existencia hasta una mañana de abril de dicho año. Caminando desde la casa de mis padres hasta el orfanato en el que yo vivía, decidí tomar un atajo para llegar antes, que ese día había para comer sesos de burro con boñiga de vaca, y era uno de esos apetitosos manjares a los que uno no hace ascos. Tras andar un rato, esquivando las piedras del agreste sendero, mis alpargatas se detuvieron al oir unos gritos provenientes de una casa situada al borde del camino. Aunque lo más fácil hubiese sido continuar el camino silbando, recogiendo flores, y olvidarme del tema, la curiosidad ya sabemos que mata al gato, y en aquel momento sólo me faltó maullar para dar validez a esta afirmación. Me dirigí despacio a la puerta de la casa, y pegué la oreja para oir mejor.Escuché una discusión en la que intervenían hasta tres voces diferentes, y de vez en cuando se oían ruidos como de golpes, acompañados de unos gritos de dolor. Entreabrí la puerta con cuidado, intentando ver sin ser visto. Para mi desgracia, las bisagras chirriaron más que una comunidad de grillos en una noche estrellada. Me quedé con cara de tonto, de pie en el umbral, viendo a tres individuos observándome fijamente. Dos de ellos estaban de pie, el otro sentado en una silla, atado a ella con una cuerda, y tenía la cara un poco hinchada y con tonalidades diferentes. Desde luego, pruebas de maquillaje no estaban haciendo, así que a modo de excusa dije:
-Perdón, pensé que aquí era donde se vendían las entradas para el concierto de Habeas Corpus.
Cerré la puerta y eché a correr todo lo rápido que pude. El problema es que "todo lo rápido que yo podía" era menos rápido que "todo lo rápido que ellos podían", y si habeis estudiado algo de matemáticas, al restarle a un elemento el otro, el resultado final es que me cogieron. Me llevaron de vuelta a la casa. Allí dentro pude ver mejor la situación. El hombre que estaba sentado en la silla, seguía allí sentado. Difícil tenía moverse con los brazos atados a ella y los pies sujetos al suelo con un par de clavos estratégicamente colocados. Yo ahora también estaba sentado en otra silla, y también atado a ella. Al menos habían tenido la decencia de no hacerme la gracia del clavito. Desde esa posición pude ver como los tres seguían discutiendo, como si yo no estuviera allí. De vez en cuando, uno de los dos hombres que estaban de pie, golpeaba con violencia al que estaba sentado. Se iban alternando, para no cansarse, pobrecillos..., si es que todos somos humanos. Tras contemplar atónito esto durante tres largas horas, me dí cuenta que los azotadores estaban fatigados, rendidos por el esfuerzo, y el azotado ya no se aguantaba en la silla ni con cuerda ni con nada. En mi vida había visto tres personas tan cansadas desde que presenciara el maratón de Oklahoma en el que participaban Falete, Pedro Solbes y Loles León. Cuando pensé que caerían al suelo por no poder sostenerse en pie, en un último esfuerzo, uno de ellos sacó del bolsillo una navaja, y empezó a cortarle poco a poco el cuello al desgraciado que se mantenía como podía sobre la silla. Cada vez que la hoja penetraba un poco más en la garganta, la sangre salía con más violencia, a borbotones a veces, hasta ir formando un desagradable charco en el suelo. A medida que avanzaba, la resitencia de la víctima era cada vez menor. Cuando iba por la mitad, ya era inexistente, solamente le quedaba terminar lo que había empezado. Con esfuerzo, consiguió llegar al final, ya sólo quedaba la piel del otro lado del cuello que impedía que ésta se despegara completamente de los hombros. La cortó apoyandola contra el respaldo de la silla, como quien corta el pescuezo al pollo. Con la cabeza en la mano, la cara completamente cubierta de sangre, la sostuvo en alto un momento mientras soltaba una risa ahogada. Se derrumbó en el suelo, extasiado, soltando la cabeza de la mano, que rodó hasta mis pies.

Mañana continúo con la 2ª parte, que tengo que irme a dormir, y me acabo de dar cuenta que lo que empezó como una divertida historia ha degenerado hasta convertirse en una asquerosa narración de hechos macabros, así que a ver si mañana publico la segunda parte, modifico un poco ésta que se me ha ido de las manos o yo que sé. De momento ya teneis algo para leer. ¿No es lo que queríais? Pues hala, que os sirva de lección de "como no presionar a alguien a que escriba algo que él no quiere".

1 comentario:

Nicky dijo...

puto enfermo, estaba graciosa la historia hasta que has dado rienda suelta al asesino en serie que llevas dentro