domingo, 11 de mayo de 2008

El misterio de la tienda de antigüedades - 3ª parte

Como os estaba contando, me giré despacio para ver qué había en el armario. Los ojos, abiertos como platos, intentaban enviar toda la información visual posible al cerebro, para que éste analizara los datos correspondientes, y mediante complejos cálculos, me ofreciera una explicación que me satisficiese. Pero por mucho que lo notaba trabajar a un velocidad endiablada, la estupefacción y la incomprensión caminaban un paso por delante. Antes de describiros con palabras lo que vi en aquel armario, necesito contaros la teoría de las supercuerdas, así descrito en la wikipedia: la teoría de las supercuerdas es un esquema teórico para explicar todas las partículas y fuerzas fundamentales de la naturaleza en una sola teoría que modela las partículas y campos físicos como vibraciones de delgadas cuerdas supersimétricas que se mueven en un espacio-tiempo de más de cuatro dimensiones. Bien, una vez sabido esto, teneis que quedaros con esto último: un espacio-tiempo de cuatro dimensiones. ¿Por qué os digo que os quedeis con esto? Pues porque creo que, por primera y única vez en mi vida, y quien sabe si en la de cualquier ser humano que haya pisado la tierra durante sus millones de años de historia, tuve la sensación de, al entrar en el armario, visitar esa cuarta dimensión, desconocida para los mortales. No me pidais que os explique cuál es la cuarta dimensión, ni como reconocerla, sería como tratar de explicarle la profundidad a una entidad cognoscitiva que se mueve en un universo de solamente dos dimensiones. Lo que si os puedo decir, es que, una vez entré en el armario, este había desparecido. Es más, cada vez que me movía, la realidad a mi alrededor cambiaba constantemente. Nada permanecía inmutable a no ser que estuviera completamente quieto. Era como si yo, con mi movilidad, generase enormes campos de realidad alternativa caduca. Aunque os costará creerlo, "allí" no existía el "arriba", ni el "abajo", ni "derecha" ni "izquierda". No había gravedad. Nada atraía mi cuerpo, de hecho, ni siquiera sentía mi cuerpo. Probé a intentar tocar con una mano la otra. No las sentía. Las golpeé. No había dolor. Intenté llorar. No era capaz de generar lágrimas. Lo que si podía hacer era experimentar sensaciones, y en aquel momento, eran muchas las que tenía: asombro, expectación, recelo... Yo seguía moviéndome, hacía ningún lado, no existían puntos de referencia a los que dirigirse, no notaba que avanzaba sobre nada, simplemente me movía y punto. Lo más extraordinario de todo, es que para desplazarme no necesitaba mover las piernas. No es que volara (no creo ni que existiera la palabra volar en aquel lugar), es que mi cuerpo (al menos la apariencia, la forma, ya que no lo sentía como mío) se movía a razón de mi conciencia. Con pensar en que éste se moviera, lo hacía, y como dije, sin ni siquiera yo saber hacia dónde. La palabra "dirección" tampoco creo que existiese. Sin saber que hacer, continúe "moviendo" mi cuerpo por "allí". Vi cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión, rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tanhauser..., todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluv..., vale, vale, lo dejo, que aún me van a denunciar por plagio. Como os iba contando, mi viaje era una continua deformación de la realidad de mi alrededor, tan pronto me rodeaban fotones en descomposición moviéndose a mi misma velocidad, como presenciaba ante mí la explosión de una supernova, cuyo proceso de millones de años se veía reducido a unas miserables fracciones de segundos. Todo lo que experimenté en aquellos momentos lo recuerdo vagamente, como cuando piensas por la mañana en el sueño de la noche anterior, y a los pocos días ese recuerdo ya se ha diluído por completo. Aún así, puedo acordarme de todo esto, y de la sensación de que el factor tiempo era algo que no existía. Ya sé que me tildareis de loco, puesto que la existencia conocida en este mundo tridimensional está regida por la implacable variable tiempo. Sin embargo, os puedo asegurar que el tiempo que allí pasé no fué tiempo en realidad, como nosotros lo conocemos, fué otra cosa completamente distinta. Fué como estar suspendido en el infinito, con una línea que representaba la infinidad a mis espaldas y otra delante, y yo, a pesar de estar continuamente moviéndome, permanecía parado en el mismo punto, temporalmente hablando, de la línea anterior. Analizándolo ahora, esa sensación que tuve es ciertamente comprensible: Yo en ese momento era el infinito, venía del infinito e iba hacia el infinito. Para nosotros, en nuestro mundo finito, es imposible no creer en la existencia del tiempo. Pero no porque exista, sino porque solamente existe para nosotros. Yo que tuve la oportunidad de experimentar la infinidad, sé que en esta infinidad no tiene cabida el tiempo, lo que me da a entender que nuestras percepciones de la realidad no son las que "verdaderamente" existen, sino las que existen para nosotros. Ni siquiera me atrevo a creer que exista una realidad suprema y realidades alternativas adaptables a las circunstancias de distintas agrupaciones dimensionales. Si de verdad existe algo así, simplemente será objeto de conocimiento de la entidad creadora de todas esas realidades, tanto las supremas como las alternativas. Si así fuese, esa entidad sería adaptable a cualquier tipo de realidad, mientras que nuestra comprensión simplemente aceptaría una como válida, a pesar de tener la oportunidad (en raras ocasiones, debido posiblemente a roturas producidas en la tela de unión de todas las realidades), de experimentar esas otras realidades alternativas, paralelas o incluso superpuestas a la nuestra. A todo esto, os estareis preguntando como es que vuelvo a estar entre vosotros, en este universo de tres dimensiones, viviendo en esta realidad, una de las tantas que habrá, probablemente infinitas. Pues bien, en mi continuo viaje por esta realidad ajena, se me ocurrió la idea (hasta ese momento no lo había hecho) de cerrar los ojos. Noté de pronto que me precipitaba hacía el vacío. Por primera vez desde que estaba allí sentí las leyes de la física propias de nuestra realidad. Abrí los ojos asustado. Estaba de pie, frente a una casa, una casa que desconocía. Vestía de una manera extraña. No reconocía gran parte del mundo que me rodeaba, había árboles y flores, si, pero todo parecía haber sido "remodelado". Se abrió la puerta de la casa y salió una mujer: - "Entra en casa, que aún te vas a resfriar". Me miré las manos, los brazos, las piernas. Efectivamente, eran las mías. Levanté la mirada asustado hacia la mujer. - "Vamos... ¿a qué esperas?". Le hice caso, y traspasé la puerta, mientras ella se hacía a un lado.
Como os decía al principio de la historia, en la primera parte, y aunque seguramente todos os lo tomasteis a broma, en 1941, yo era un niño.

2 comentarios:

RampiX dijo...

Eso es lo que se llama un buen viaje, o te metieron garrafón en la tienda o te jalaste un tripi...
joder, menudo colocón te pillaste eh cabrón!! y luego claro, despertaste y no sabias onde estabas jejejeje.
El q empieza con drogas de niño... bueno quizá eso explique muxas cosas.

(¯`·._.• ¨˜ˆ”°¹~·-.„¸Y-o-N-k-Y¸„.-·~¹°”ˆ˜¨•._.·´¯)

Nicky dijo...

las drogas no son buenas, háztelo mirar... :P